Te conocí
una mañana de mayo. Acababa de pasar una semana acampada en el desierto de Wiricuta
y pasé a descansar un par de días en Aventurec, tierra de la reserva del
Filobobos. Todas las orquídeas estaban florecidas y el campamento lucía de un
color amarillo intenso que contrastaba con el brillante azul de tus ojos, esos
ojos siempre tan llenos de vida…
Iniciamos
una caminata atravesando campos de árboles de lichis, pimienta, naranjas…
recuerdo que conectamos enseguida, compartimos nuestro primer churro esa misma
mañana mientras esperábamos a Tavo en el punto donde debía recogernos con el autobús,
también amarillo. Llegamos a la orilla del rio y tras dar la plática de
seguridad que tantas veces después te oiría repetir en cada nuevo descenso, me
subí a tu balsa, adelante a la derecha. Remamos hasta la cascada del encanto.
Recuerdo perfectamente la sensación de la adrenalina y el agua fría al nadar
tras de ti acercándonos a la cascada. Nos pegamos a la pared de rocas para poder
seguir avanzando, yo no podía ver nada, la fuerza con que el agua salpicaba mi
cara apenas me dejaba respirar. En un momento te perdí de vista y me quedé
agarrada a la pared de piedra tratando de respirar y casi paralizada por la
cantidad de adrenalina que sentía dentro de mi, nunca había nadado tan cerca de
un salto de agua. El sonido era ensordecedor y cuando ya estaba casi a punto de
desistir sentí cómo tu mano jalaba mi chaleco y tiraba de mi. Regresaste para
ayudarme a avanzar. Tiempo después sería yo la que jalaba del chaleco a los
aventureros que se atrevían a nadar hasta allí. Siempre me ayudaste a avanzar,
cuando estaba contrariada por algún tema de chamba siempre venias con una
sonrisa intentando animarme. Cuando dudaba en algún rápido porque el nivel del
rio era alto siempre me dabas ánimos, a la hora de saltar desde una roca
tampoco dejabas que nunca me paralizara, siempre me ayudaste a no sentir miedo,
a ver la parte divertida y emocionante de la vida.
Cuando
decidí quedarme en Aventurec fuiste uno de los primeros en enseñarme, en
transmitirme lo que sabías, nunca me juzgaste y desde el primer momento me
acogiste como si fuera una más de la banda. Recuerdo que nos subíamos a fumar a
la parte de arriba del autobús, donde iban las lanchas, cuando Tavo paraba en
la panorámica del valle, nos echábamos en las balsas para tratar de esquivar
las ramas de los árboles aunque siempre nos llevábamos algún madrazo.
Recuerdo
perfectamente el día en que me dijiste que te gustaba mi manera de remar y que
siempre tendría un hueco en tu balsa. En el descenso contigo siempre estaba
garantizada la diversión, los clientes se iban encantados. Todavía me rio de
las veces que conseguiste tirarme al agua, siempre me pillabas desprevenida.
Recuerdo que la vez que conseguí zambullirte yo a ti perdiste tus gafas de sol,
jaja, pero no te enojaste, aceptaste con tu siempre estupenda sonrisa el hecho
de que esta vez te la había podido devolver….
Yo trataba de imitarte y me
pintaba la cara con arcilla a lo indio, igual que tu. Cuando ayudaba a
descargar contigo el equipo e iba cargando la balsa aprovechabas para darme
palmadas en las nalgas, cuando tu cargabas la balsa yo te las devolvía mientras
tu te reías y me decías aquello de Ooooracabrón con ese acento mexicano que
tanto me gusta. Recuerdo nuestras pláticas en la bodega de Tavo, escondiéndonos
del patrón para echarnos unas risas mientras compartíamos confesiones y tu te
reías imitando mi acento español con aquello de “ostia puta tia”. O cuando íbamos
a buscar los tacos para desayunar con la moto de Jose. O cuando llegabas del
rio y me hacías bajar hasta la cabaña porque no llevaba papel de fumar encima
en ese momento. Recuerdo tu chaleco colgado frente a la bodega del equipo, tu
casco negro, tu casco rojo… las tachas que escondías en la estantería de los
cascos….
También me
acuerdo de los ratos en que me llevabas a tu rancho y charlábamos bajo aquel enorme
árbol de mango que tienes junto a la casa que construías, justo encima del rápido de frijolares, desde donde
se puede ver y oir el río. Yo te escuchaba hablar de tus sueños y me
maravillaba de tu optimismo. Recuerdo como te quedabas pensativo cuando
hablábamos de lo que iba a cambiar tu vida cuando llegara tu bebe, y sonreías cuando
hablábamos de que en cuanto pudieras la ibas a enseñar a guiar. Y yo te animaba
diciéndote que seguro que llevaba el rio en sus genes y no le costaría nada
aprender a ser una buena guía.
Potro, te
has ido demasiado rápido, la última vez que hablamos te dije que volveríamos a
vernos pronto y no me has dado tiempo…
pero en cuanto llegue a dónde estás buscaré la balsa con el parche en la
anilla… y prometo siempre llevar un papel de fumar encima, por si acaso a mi también
la Parca me lleva sin avisar…
Gracias
por todo lo que me has enseñado, gracias por todo lo que has compartido,
siempre estarás en mi corazón…. Te quiero un chigo wey Ooooooracabrón!
NUR
Imagen by Nur, Aventurec 2011