"Sentado en el viejo sillón de la residencia de ancianos convino en recordar y hacer recuento de todas las cosas importantes que acaecieron a lo largo de su vida.
' No puedes llegar tarde, te despedirán' - decía Marga, su esposa.
El jefe ahora está muerto y su empresa ya no existe.
' No podemos invitar a tu primo Ezequiel a la boda de la niña. El no nos invitó a nosotros'. Ezequiel murió, 'la niña' se divorció y ahora trabaja en otro país, esperando su próxima jubilación.
' Si seguimos así no vamos a poder pagar la hipoteca de la casa este mes ' . La casa la vendimos y el dinero voló. En el lugar donde estaba, ahora hay un hipermercado.
¿ Qué fue de todas aquellas cosas importantes? ¿Dónde están ahora? ¿ Y todas esas personas, amigos y familiares...? Todos muertos y olvidados. Hasta los lugares conocidos desaprecieron. Y Marga...
¿Qué queda sino sentarse y esperar la muerte?
De pronto, a sus ochenta y dos años, se levantó del sillón, abrió el baúl donde guardaba sus escasas pertenencias y sacó un maletín con óleos y un lienzo. Se puso a pintar y pintó el mejor cuadro de toda su vida. En él estaban fundidos los infinitos colores de los años de experiencia, la riqueza y el relieve de los cientos de lugares que había conocido y el complejo entramado de luz y sombra de todas la emociones que alguna vez habitaron su interior.
Y entonces pensó: 'La muerte puede venir cuando desee. Aquí nadie la espera'
Antonio J. Cebrián (España, 1964)
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