viernes, 25 de marzo de 2011

Huautla de Jimenez 2011


El frio de la noche me hizo retirarme pronto a dormir no sin antes meter mi polar en la mochila. Era ya casi medio día cuando partí hacía Huautla de Jiménez. El trayecto duró unas ocho horas en camioneta. La manera de conducir del chofer y los baches en las malas carreteras hacían poco viable la posibilidad de echar una cabezadita durante el viaje así que opté por ponerme el Ipod y disfrutar de la música mientras observaba el paisaje, cambiante y variado de la zona. Después de comer unos tacos en Tuxtepec comenzó la subida a la sierra madre.

Ya estaba cayendo el atardecer y una vez más el camino a Huautla resultaba ser mágico. El sol empapaba con sus últimos minutos de luz las grandes paredes de las montañas que se erguían frente a mí, haciendo que su brillo adquiriera una gran intensidad de tonos anaranjados. No recordaba si lo había visto así anteriormente, el lugar tiene la particularidad de ser diferente en cada ocasión que lo visitas, nunca es lo mismo, en ninguno de los sentidos. El cielo estaba despejado, las nubes aun no se dejaban ver. Cada curva del camino dejaba visible nuevos y altos cerros. Llega un momento en que crees que tras el siguiente reviro aparecerán las primeras casas mazatecas, pero cuando llegas solo ves un nuevo y estrecho tramo de recta en la que, al final, dobla una curva más. Y otra, y otra…

Cuando por fin puse un pie en Huautla ya casi era de noche y la temperatura era bastante mas baja que la del estado de Veracruz. Me sorprendió ver la actividad que había en las calles cercanas al centro un miércoles a esas horas. Un ir y venir de gente entre los puestos de comida, ropa y artesanías oaxaqueñas le daban vida al lugar. Las estrechas y empinadas calles hacían difícil maniobrar con el vehículo. La organización urbana es bastante laberíntica, puede dar la sensación de que las calles son todas iguales, y a ratos, todo lo contrario. Huautla es extremo, en todo. Estaba tan cansada del viaje que no me preocupé por pensar en nada más que en comer algo y esperar que la cama del hotel fuera cómoda.

Por la mañana me despertó el trajín del mercado. Los mazatecos vienen desde toda la sierra al centro de Huautla a vender y comprar sus mercancías. Es un trabajo duro transportar toda esa carga de materiales por las cuestas tan empinadas de la sierra, hay un continuo movimiento de, sobre todo mujeres, arriba y abajo por esos caminos escarpados con la carga echada a la espalda y sujetada nomás por una cinta que pasa por la frente.

Hace ya un par de años que el ayuntamiento terminó la construcción del edificio del mercado, un gran espacio con paredes de cemento, escaleras y un gran tejado de hierro frio y gris, pero aun así los comerciantes se resisten a entrar dentro, todos continúan con sus puestos en la calle bajo unos toldos de plástico que, vistos desde arriba, le dan a las calles un aire de invernadero murciano mientras la gran nave de cemento sigue prácticamente vacía. Bien podríamos llamarlo “el mercado fantasma”.

Me calcé las bambas, agarré mi chamarra y salí del hotel. En seguida noté la potente energía del lugar, un escalofrío me recorrió la espalda y mantenía mis defensas en alerta continua. Huautla es un sitio en el que hay puertas que no llevan a ningún sitio y puertas que llevan a todas partes. Territorio de ángeles y demonios en continua batalla por establecer su propio orden y en donde al final, todo se compensa. Escondite de duendes, ogros, hadas y brujas, su mágica vibración hace que te enfrentes a intensas y profundas emociones tan contrarias como afilados son los desfiladeros de sus montañas.

Mientras subía la calle hacía casa de Inés me daba la sensación de que esta vez Huautla tenía más subidas que bajadas, cuando llegué me faltaba el aliento. Inés me sirvió un café y unos huevos con frijoles con esa energía a la que nos tiene acostumbrados a los visitantes a pesar de que esa misma noche había llegado de Oaxaca, de vender artesanía y ropas típicas. Estaba como la recordaba, parece que por ella no pasa el tiempo. Sigue igual que cuando la vi por primera vez hace ya casi 10 años. Su oscura y larga melena le recorre la pequeña espalda, tiene unos ojos oscuros y profundos, manos robustas y piel morena. Los mazatecos son bien chaparros y fuertes, me recuerdan a la raza salvaje de caballos de Asturias, los asturcones. Bien adaptados al medio y sus exigencias. En la casa se percibían los pequeños cambios que iban haciendo sus huéspedes a lo largo de los años. La estructura original se mantiene intacta pero hay bastantes añadidos y algunos cambios en las puertas, escaleras y ventanas. Una pequeña cocina de gas sustituye al anafre de carbón que solía encontrarme siempre encendido con su perola y el caldito de chivo calentándose…

Quedé con Inés para desvelarnos esa misma noche. No quería pasar demasiado tiempo en Huautla, mi instinto me decía que debía irme lo antes posible, los demonios estaban fuertes estos días. Desde que llegué mis pensamientos no acababan de tomar una clara dirección, me sentía confundida en cuanto al objetivo de esta visita. Mi razonamiento me decía una cosa, mi corazón otra y mi instinto me susurraba al oído intentando aclarar prioridades. He tenido experiencias en este lugar de las que moldean el destino de una y siempre estaré agradecida a esta tierra por haberme ayudado a crecer espiritualmente. Tenía mis reservas antes de comenzar la ceremonia cuando apareció Toshi, un visitante que venía desde Japón porque había leído en un libro recién publicado allí, sobre las experiencias en casa de Inés. Pensé que podría ser una bonita ceremonia dados los terribles sucesos que están aconteciendo en su país, así que disipé mis dudas y me animé a estar presente y participar de la comunión. Toshi sonreía mientras Inés explicaba como Jonh Lennon le pedía que bailara mientras tocaba la guitarra allá por el 68, cuando Inés tenía solo 8 o 9 años y le hacía la traducción a Maria Sabina. Era la primera experiencia de Toshi con los “niños buenos” y me apetecía acompañarle. En total éramos cinco los presentes, Juvenal nos cuidaba.

Inés nos cantaba sus ícaros mazatecos junto con canciones religiosas mientras “los diosecitos” nos acunaban con su poder. Imágenes oníricas me rodeaban mientras en mi cabeza sonaba Mercedes Sosa con su “dale alegría a tu corazón” y los “niños buenos” jugueteaban con la energía en mi plexo solar. Inés nos limpiaba y nos protegía frotando su “san pedrito” por nuestro cuerpo. Mi viaje duró unas tres o cuatro horas, cuando regresé estaba agotada y pensativa. Los cambios aun no han terminado, debo de estar preparada para continuar. El mensaje estaba claro. Quedan cosas por limpiar y sacos por vaciar para aligerar peso en el camino. A pesar del agotamiento físico y emocional estaba satisfecha por la experiencia, al final todo es lo que debe ser, todo en su momento…. Sentí que las cosas habían cambiado desde que viene por primera vez, pero yo también había cambiado y ahora mi experiencia me daba una nueva perspectiva de los recuerdos y las cosas aprendidas.

Al día siguiente me despedí de Inés, de esa tierra sagrada, y partí de regreso a Catemaco echando un último vistazo al cielo para ver una vez más el vuelo de aquellas magníficas águilas acariciando el sol.

Imagen by Nur, Huautla 2011

domingo, 13 de marzo de 2011

Durante el desarrollo...



Para venir a lo que no sabes,

has de ir por donde no sabes”


S. Juan de la Cruz

Fotografía by Nur. Playa Jicacal 2011


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