viernes, 9 de diciembre de 2011

Escapada a Cuba



Debían ser sobre las dos de la mañana cuando me levanté a buscar mi Ipod. El campamento de aventureros que teníamos alojados, unos 26 alumnos de entre 18 y 24 años, estaba de juerga nocturna y no conseguía conciliar el sueño. No me apetecía unirme a una fiesta de estudiantes enloquecidos así que decidí ponerme mi propia música para amortiguar el jaleo y esperar a que se calmaran para dormirme. Pero no conseguí encontrarlo mientras tanteaba con la mano a oscuras sobre el alféizar de la ventana así que tuve que salir de la cama y encender la luz para localizarlo por fin a los pies del colchón, al lado de mi bandejita de madera de balsa que utilizo para liar y no dejarlo todo lleno de trocitos esparcidos de tabaco que se escapan del papel. Me molestaba que el Ipod no estuviera en su sitio habitual, entre el libro y el despertador, últimamente siento como si un rápido daliniano me hubiera revolcado un par de vueltas bajo el agua y aun estoy buscando dónde está la balsa para subirme de nuevo. Son cosas que a veces pasan en el rio, es por eso que es tan emocionante. El tema es que el momento de caos aturde un poco y una se despista de sus rituales rutinarios, lo que te permite observarlos desde lejos, la balsa tiene un aspecto diferente cuando estás fuera de ella, y te das cuenta de otras cosas. Ahora no tengo cinco habitaciones, todo lo que tengo está reducido a una pequeña habitación de ventanas con mosquiteros. Y aun así sigo teniendo mis rituales compulsivos, me gusta cierto orden, lo admito… desde luego la sombra tiene una tremenda capacidad de adaptación... Supongo que es la manera en que me siento segura en mi nuevo espacio personal, mi hogar. Además, me gusta encontrar las cosas cuando las busco a oscuras y no tener que pensar dónde las dejé por última vez, porque si siempre están en el mismo lugar es difícil no encontrarlas! Creo que aun me estoy resituando después de estos 4 días de escapada a Cuba. 


Llegué a La Habana medio dormida y con ese punto de pesadez física y mental que supone viajar toda la noche en autobús y esperar tres horas para embarcar en el aeropuerto. Así que medio atontada fui pasando los controles de seguridad y migración del aeropuerto de La Habana y en un plis me encontré fuera, en la sala donde se supone me esperaba el contacto de la agencia de viajes. Pero no encontré el distintivo que debía buscar así que salí al exterior después de comprobar que nadie de los allí presentes parecía estar esperando por mí, y eché un vistazo a mi alrededor mientras me miraban atentamente algunos taxistas, pero curiosamente solo me observaban, sin actuar. Volví a entrar al recibidor a ver si ya había llegado mi contacto cuando de repente salió un agente de seguridad a toda prisa de quién sabe dónde llamando mi atención mientras me señalaba con el dedo y le decía a otro agente con tono de indignación “lo ves? Está aquí! Ella, es ella…” y seguía señalándome y mirando mal a su compañero mientras a mi me sonreía y me pedía amablemente pero con firmeza que volviera a la sala interior. Le seguí inmediatamente mientras le preguntaba sorprendida si había hecho algo mal. Me respondió amablemente que no, y entendí que el error era de ellos por permitir que me saltara alegremente algún tipo de filtro sin ser yo consciente de ello. El tema se solucionó allí mismo con una pequeña entrevista-interrogatorio con un agente cubano, de piel oscura y brillante, bien vestido, discreto y aparentemente informal, pero de cerca se podían observar los detalles de un uniforme bien puesto. Debía medir cerca de los dos metros lo que me obligaba a levantar la cabeza hacia arriba si quería mirarle a los ojos. Lo primero que me preguntó, un tanto confundido, fue que si no traía más maletas . De repente recordé cómo en la cola para el check-in del aeropuerto de México dos personas me pidieron que les pasara una maleta con ropa y cosas para la familia, les dije que no podía hacerlo, menos mal… El policía cruzaba la mirada repetidas veces entre las cintas de salida del equipaje y mi espalda, donde llevaba mi pequeña mochila de viaje, de esas de fin de semana. Le contesté que no, que no llevaba nada más que lo que tenía encima,  señalándole mi mochila y mi bolso y explicándole que para cuatro días allí tenía todo lo que podía necesitar, un pareo, el bikini, shorts, un par de camisetas, chanclas, el neceser y el bolso con la documentación y el portátil. Después de mostrarle los papeles que indicaban mi alojamiento en un par de hoteles de la isla me deseó una feliz estancia en Cuba y sin dejar de sonreír  me dijo que ya podía marcharme. Me di la vuelta y cuando de nuevo salí fuera, a la sala exterior, fue el tipo de la agencia de viajes el que apareció en mis narices con un letrero enorme y me miró con un gesto como dando a entender que llevaba rato esperándome allí mismo. De repente pensé que aquello parecía como si a matrix le hubiera fallado algún código en la secuencia temporal de acontecimientos o yo hubiese atravesado un agujero de gusano en el sistema y me adelantase en el tiempo del programa establecido por unos minutos… Lo siguiente que se me ocurrió fue que me sentaría bien un mojito.


Salí de nuevo al exterior seguida del guía, esta vez los taxistas se pusieron en acción. El guía se dirigió a uno de ellos y le dijo el nombre del hotel al que debía llevarme, me dio unos papeles con el logo de la agencia y el nombre de la siguiente persona que se pondría en contacto conmigo en el Hotel del La Habana y se despidió dándome la mano y deseándome feliz estancia. Dejé mi pequeña mochila en el maletero del taxi, un coche relativamente moderno de alguna marca china. Era un taxi del estado. Me subí en el asiento del copiloto y seguidamente se subió el taxista. Pero antes de cerrar la puerta me preguntó que si no me importaba que aprovechando el viaje, como había suficiente espacio, esperáramos a algún cliente más. Le dije que no había problema, que estaba de vacaciones y que no tenía ninguna prisa. Salí del taxi con mi bolso para observar mejor la situación mientras me fumaba un cigarro. Mi último intento de dejar de fumar se había ido al traste en solo dos meses. La adrenalina me genera algo de ansiedad anticipatoria. 


Cuando el taxista estaba a punto de decidir que ya me había hecho esperar bastante (unos 5 minutos) apareció una pareja, ella bastante más joven que él. Buscaban taxi y mi taxista se acercó a ellos inmediatamente. El cliente le indicó al taxista la dirección a dónde debía llevar a su chica, porque estaba claro que era “SU” chica, incluso en la manera de actuar de ella. “MI” taxista le explicó al cliente que la llevaba con mucho gusto y como quien no quiere la cosa le comentó que aprovechando que solo era una persona pues que si no le importaba que llevaran a otra pasajera, y entonces me señaló a mí.  El hombre le miro desconfiado después de echarme un vistazo a mí y al taxi y le contestó que no, mientras el taxista buscaba la confirmación en la cara de la clienta que iba a llevar y ésta, inmediatamente, se giró hacía su pareja con los brazos caídos a los lados del cuerpo y las manos cruzadas frente a los muslos, sonriendo dócilmente, en silencio, esperando la decisión de su pareja sin rechistar. El cliente dijo que no mientras  negaba con la cabeza un par de veces. Pero el taxista le sugirió que porqué no lo decidía la chica que al fin y al cabo era la que se iba a subir al taxi. Yo permanecía en silencio, sonreí cuando la chica me miró antes de contestar, dirigiéndose a su pareja por supuesto, y sin dejar de sonreír, que sí, que no le importaba, que no pasaba nada, pero siempre terminando la frase como en interrogación, dejando claro que él decidía. Esto se repitió un par de veces, giro de caras incluido, como un estribillo, y al final el hombre aceptó y dejó que su novia se subiera al taxi conmigo y compartiéramos el viaje acordando que primero la dejábamos a ella. Después la chica me platicó que su novio vivía en México y claro, allí no hay tanta seguridad como en Cuba. Yo acepté complacida de que iba a poder ver un poco más de la Habana y no solo el camino al hotel. 


Llegué al hotel hacia el mediodía. Subí a mi habitación, la 202, de dos habitaciones, enorme, creo que mas grande que mi último piso… dejé mis cosas y me decidí a salir a comer algo sin ni siquiera cambiarme de ropa, estaba ansiosa por caminar las calles de La Habana y comprobar si era cierto lo que había leído en tantos libros y escuchado en tantas canciones. Crucé la puerta del recibidor y salí al exterior del hotel, miré a mi alrededor. Me encontraba en el barrio del Vedado, antigua zona “bien” de la Habana, donde vivía gente adinerada. Con el triunfo de la revolución muchos huyeron y el estado repartió las mansiones y propiedades. Algunas ahora son grandes embajadas, otras se las quedaron la gente del servicio que se quedó al cuidado de las casas. Quería acercarme cuanto antes al barrio de la Habana vieja así que me acerqué a un pequeño grupo de taxistas que había cerca del hotel. En seguida se miraron entre ellos y tras varios intercambios de miradas y gestos de confirmación uno de ellos, de piel oscura y mediana edad se acercó a mí. Le expliqué mis intenciones y se mostró encantado de complacerme no sin antes regatear un precio que ni mucho menos me parecía justo pero su energía me pareció buena onda y acepté sus servicios. Después de dar una vuelta por el malecón me llevó a comer a un restaurante demasiado fino para mi gusto, muy bonito, si, pero lleno de extranjeros. Ya que me encontraba allí opté por relajarme y regalarme un plato de marisco acompañado de una cerveza local. 

Salí con el estómago lleno, Toni, el taxista me estaba esperando fuera fumándose un habano. Se había cambiado de camisa. Le pedí que me acompañara a tomar un mojito a la famosa “Bodeguita del medio” y un daiquiri al “Floridita”. El se lo tomó sin alcohol.  Disfruté de las conversaciones con Toni, un taxista siempre tiene un punto del vista del mundo que vale la pena escuchar, y la visión de mi acompañante me pareció interesante. No sabía muchas cosas sobre la vida real de los cubanos en estos últimos años de crisis mundial y charlar con los trabajadores del país siempre aporta valiosa información. Acordé que nos veríamos al día siguiente sobre las 10 de la mañana para iniciar un recorrido más profundo de la cuidad, visitar una fábrica de ron y ver los principales puntos de interés, turísticos claro, ni idea tenía Toni de los puntos que a mi realmente me interesaban… Aunque la verdad, en tan poco tiempo no pude escaparme del circuito turístico, una pena. Pero si disfruté de buenos momentos y tranquilas charlas de tarde en La Habana, frente a una fría jarra de cerveza, en una plaza cualquiera… No voy a hablar de la decadencia de la cuidad, de eso ya se ha dicho mucho. A mí me pareció curiosa la sensación como de salto en el tiempo, todo lleno de esos coches rusos de la época de la guerra fría… o viejos modelos americanos de los años 30, 40 y 50 que bien podrían estar en cualquier museo europeo. Pero hay una extraña quietud, un misterioso silencio con aspecto tenebroso en sus calles…  y una sensación de vigilancia continua, como si tus más oscuros pensamientos pudieran ser escuchados…


Varadero es otra historia. Imaginaros los hoteles de Benidorm o de Lloret de Mar en agosto. Pues lo mismo pero al estilo tropical-caribeño. Cambiamos la sangría por el ron y a los alemanes e ingleses por rusos y canadienses y ya tienes una típica estampa de Varadero, Cuba. Me relacioné exclusivamente con el personal de servicio. Freddy, el cocinero del Grill, Fany, del grupo de animación y demás camareros y personal de seguridad. Una gente encantadora y capaz de reírse de la peor de las situaciones. Es increíble la capacidad de reírse de si misma que tienen algunos cubanos/as. Nos echamos unas risas, hablamos de Europa, de México y de Cuba. Me di un masaje completo de una hora, di largos paseos de horas por la playa de esa fina y clara arena caribeña y me tumbé al sol de la tarde tratando de dejar mi mente en el estado más meditativo posible.


Dejé el Eddy para avanzar un trecho más de rio y buscar el camino a seguir con una mayor visibilidad. Se acerca el próximo rápido. Debo abandonar la seguridad de este nuevo Eddy a principios de año. Va a ser duro, voy a echar de menos este rinconcito de Veracruz. Pero a veces el universo nos concede segundas oportunidades para poder agradecer y dar lo que se ha recibido… Mi voz interior vuelve a sonar clara y segura…
Ya echaba de menos las tortillas hechas a mano de Aventurec cuando aterricé en Distrito Federal, la gran urbe Mexicana, ciudad que una vez más me dejó sin respiración… y es que la altura siempre me provoca un poco de vértigo…

Imagen by Nur, Varadero 2011

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