viernes, 9 de diciembre de 2011

Escapada a Cuba



Debían ser sobre las dos de la mañana cuando me levanté a buscar mi Ipod. El campamento de aventureros que teníamos alojados, unos 26 alumnos de entre 18 y 24 años, estaba de juerga nocturna y no conseguía conciliar el sueño. No me apetecía unirme a una fiesta de estudiantes enloquecidos así que decidí ponerme mi propia música para amortiguar el jaleo y esperar a que se calmaran para dormirme. Pero no conseguí encontrarlo mientras tanteaba con la mano a oscuras sobre el alféizar de la ventana así que tuve que salir de la cama y encender la luz para localizarlo por fin a los pies del colchón, al lado de mi bandejita de madera de balsa que utilizo para liar y no dejarlo todo lleno de trocitos esparcidos de tabaco que se escapan del papel. Me molestaba que el Ipod no estuviera en su sitio habitual, entre el libro y el despertador, últimamente siento como si un rápido daliniano me hubiera revolcado un par de vueltas bajo el agua y aun estoy buscando dónde está la balsa para subirme de nuevo. Son cosas que a veces pasan en el rio, es por eso que es tan emocionante. El tema es que el momento de caos aturde un poco y una se despista de sus rituales rutinarios, lo que te permite observarlos desde lejos, la balsa tiene un aspecto diferente cuando estás fuera de ella, y te das cuenta de otras cosas. Ahora no tengo cinco habitaciones, todo lo que tengo está reducido a una pequeña habitación de ventanas con mosquiteros. Y aun así sigo teniendo mis rituales compulsivos, me gusta cierto orden, lo admito… desde luego la sombra tiene una tremenda capacidad de adaptación... Supongo que es la manera en que me siento segura en mi nuevo espacio personal, mi hogar. Además, me gusta encontrar las cosas cuando las busco a oscuras y no tener que pensar dónde las dejé por última vez, porque si siempre están en el mismo lugar es difícil no encontrarlas! Creo que aun me estoy resituando después de estos 4 días de escapada a Cuba. 


Llegué a La Habana medio dormida y con ese punto de pesadez física y mental que supone viajar toda la noche en autobús y esperar tres horas para embarcar en el aeropuerto. Así que medio atontada fui pasando los controles de seguridad y migración del aeropuerto de La Habana y en un plis me encontré fuera, en la sala donde se supone me esperaba el contacto de la agencia de viajes. Pero no encontré el distintivo que debía buscar así que salí al exterior después de comprobar que nadie de los allí presentes parecía estar esperando por mí, y eché un vistazo a mi alrededor mientras me miraban atentamente algunos taxistas, pero curiosamente solo me observaban, sin actuar. Volví a entrar al recibidor a ver si ya había llegado mi contacto cuando de repente salió un agente de seguridad a toda prisa de quién sabe dónde llamando mi atención mientras me señalaba con el dedo y le decía a otro agente con tono de indignación “lo ves? Está aquí! Ella, es ella…” y seguía señalándome y mirando mal a su compañero mientras a mi me sonreía y me pedía amablemente pero con firmeza que volviera a la sala interior. Le seguí inmediatamente mientras le preguntaba sorprendida si había hecho algo mal. Me respondió amablemente que no, y entendí que el error era de ellos por permitir que me saltara alegremente algún tipo de filtro sin ser yo consciente de ello. El tema se solucionó allí mismo con una pequeña entrevista-interrogatorio con un agente cubano, de piel oscura y brillante, bien vestido, discreto y aparentemente informal, pero de cerca se podían observar los detalles de un uniforme bien puesto. Debía medir cerca de los dos metros lo que me obligaba a levantar la cabeza hacia arriba si quería mirarle a los ojos. Lo primero que me preguntó, un tanto confundido, fue que si no traía más maletas . De repente recordé cómo en la cola para el check-in del aeropuerto de México dos personas me pidieron que les pasara una maleta con ropa y cosas para la familia, les dije que no podía hacerlo, menos mal… El policía cruzaba la mirada repetidas veces entre las cintas de salida del equipaje y mi espalda, donde llevaba mi pequeña mochila de viaje, de esas de fin de semana. Le contesté que no, que no llevaba nada más que lo que tenía encima,  señalándole mi mochila y mi bolso y explicándole que para cuatro días allí tenía todo lo que podía necesitar, un pareo, el bikini, shorts, un par de camisetas, chanclas, el neceser y el bolso con la documentación y el portátil. Después de mostrarle los papeles que indicaban mi alojamiento en un par de hoteles de la isla me deseó una feliz estancia en Cuba y sin dejar de sonreír  me dijo que ya podía marcharme. Me di la vuelta y cuando de nuevo salí fuera, a la sala exterior, fue el tipo de la agencia de viajes el que apareció en mis narices con un letrero enorme y me miró con un gesto como dando a entender que llevaba rato esperándome allí mismo. De repente pensé que aquello parecía como si a matrix le hubiera fallado algún código en la secuencia temporal de acontecimientos o yo hubiese atravesado un agujero de gusano en el sistema y me adelantase en el tiempo del programa establecido por unos minutos… Lo siguiente que se me ocurrió fue que me sentaría bien un mojito.


Salí de nuevo al exterior seguida del guía, esta vez los taxistas se pusieron en acción. El guía se dirigió a uno de ellos y le dijo el nombre del hotel al que debía llevarme, me dio unos papeles con el logo de la agencia y el nombre de la siguiente persona que se pondría en contacto conmigo en el Hotel del La Habana y se despidió dándome la mano y deseándome feliz estancia. Dejé mi pequeña mochila en el maletero del taxi, un coche relativamente moderno de alguna marca china. Era un taxi del estado. Me subí en el asiento del copiloto y seguidamente se subió el taxista. Pero antes de cerrar la puerta me preguntó que si no me importaba que aprovechando el viaje, como había suficiente espacio, esperáramos a algún cliente más. Le dije que no había problema, que estaba de vacaciones y que no tenía ninguna prisa. Salí del taxi con mi bolso para observar mejor la situación mientras me fumaba un cigarro. Mi último intento de dejar de fumar se había ido al traste en solo dos meses. La adrenalina me genera algo de ansiedad anticipatoria. 


Cuando el taxista estaba a punto de decidir que ya me había hecho esperar bastante (unos 5 minutos) apareció una pareja, ella bastante más joven que él. Buscaban taxi y mi taxista se acercó a ellos inmediatamente. El cliente le indicó al taxista la dirección a dónde debía llevar a su chica, porque estaba claro que era “SU” chica, incluso en la manera de actuar de ella. “MI” taxista le explicó al cliente que la llevaba con mucho gusto y como quien no quiere la cosa le comentó que aprovechando que solo era una persona pues que si no le importaba que llevaran a otra pasajera, y entonces me señaló a mí.  El hombre le miro desconfiado después de echarme un vistazo a mí y al taxi y le contestó que no, mientras el taxista buscaba la confirmación en la cara de la clienta que iba a llevar y ésta, inmediatamente, se giró hacía su pareja con los brazos caídos a los lados del cuerpo y las manos cruzadas frente a los muslos, sonriendo dócilmente, en silencio, esperando la decisión de su pareja sin rechistar. El cliente dijo que no mientras  negaba con la cabeza un par de veces. Pero el taxista le sugirió que porqué no lo decidía la chica que al fin y al cabo era la que se iba a subir al taxi. Yo permanecía en silencio, sonreí cuando la chica me miró antes de contestar, dirigiéndose a su pareja por supuesto, y sin dejar de sonreír, que sí, que no le importaba, que no pasaba nada, pero siempre terminando la frase como en interrogación, dejando claro que él decidía. Esto se repitió un par de veces, giro de caras incluido, como un estribillo, y al final el hombre aceptó y dejó que su novia se subiera al taxi conmigo y compartiéramos el viaje acordando que primero la dejábamos a ella. Después la chica me platicó que su novio vivía en México y claro, allí no hay tanta seguridad como en Cuba. Yo acepté complacida de que iba a poder ver un poco más de la Habana y no solo el camino al hotel. 


Llegué al hotel hacia el mediodía. Subí a mi habitación, la 202, de dos habitaciones, enorme, creo que mas grande que mi último piso… dejé mis cosas y me decidí a salir a comer algo sin ni siquiera cambiarme de ropa, estaba ansiosa por caminar las calles de La Habana y comprobar si era cierto lo que había leído en tantos libros y escuchado en tantas canciones. Crucé la puerta del recibidor y salí al exterior del hotel, miré a mi alrededor. Me encontraba en el barrio del Vedado, antigua zona “bien” de la Habana, donde vivía gente adinerada. Con el triunfo de la revolución muchos huyeron y el estado repartió las mansiones y propiedades. Algunas ahora son grandes embajadas, otras se las quedaron la gente del servicio que se quedó al cuidado de las casas. Quería acercarme cuanto antes al barrio de la Habana vieja así que me acerqué a un pequeño grupo de taxistas que había cerca del hotel. En seguida se miraron entre ellos y tras varios intercambios de miradas y gestos de confirmación uno de ellos, de piel oscura y mediana edad se acercó a mí. Le expliqué mis intenciones y se mostró encantado de complacerme no sin antes regatear un precio que ni mucho menos me parecía justo pero su energía me pareció buena onda y acepté sus servicios. Después de dar una vuelta por el malecón me llevó a comer a un restaurante demasiado fino para mi gusto, muy bonito, si, pero lleno de extranjeros. Ya que me encontraba allí opté por relajarme y regalarme un plato de marisco acompañado de una cerveza local. 

Salí con el estómago lleno, Toni, el taxista me estaba esperando fuera fumándose un habano. Se había cambiado de camisa. Le pedí que me acompañara a tomar un mojito a la famosa “Bodeguita del medio” y un daiquiri al “Floridita”. El se lo tomó sin alcohol.  Disfruté de las conversaciones con Toni, un taxista siempre tiene un punto del vista del mundo que vale la pena escuchar, y la visión de mi acompañante me pareció interesante. No sabía muchas cosas sobre la vida real de los cubanos en estos últimos años de crisis mundial y charlar con los trabajadores del país siempre aporta valiosa información. Acordé que nos veríamos al día siguiente sobre las 10 de la mañana para iniciar un recorrido más profundo de la cuidad, visitar una fábrica de ron y ver los principales puntos de interés, turísticos claro, ni idea tenía Toni de los puntos que a mi realmente me interesaban… Aunque la verdad, en tan poco tiempo no pude escaparme del circuito turístico, una pena. Pero si disfruté de buenos momentos y tranquilas charlas de tarde en La Habana, frente a una fría jarra de cerveza, en una plaza cualquiera… No voy a hablar de la decadencia de la cuidad, de eso ya se ha dicho mucho. A mí me pareció curiosa la sensación como de salto en el tiempo, todo lleno de esos coches rusos de la época de la guerra fría… o viejos modelos americanos de los años 30, 40 y 50 que bien podrían estar en cualquier museo europeo. Pero hay una extraña quietud, un misterioso silencio con aspecto tenebroso en sus calles…  y una sensación de vigilancia continua, como si tus más oscuros pensamientos pudieran ser escuchados…


Varadero es otra historia. Imaginaros los hoteles de Benidorm o de Lloret de Mar en agosto. Pues lo mismo pero al estilo tropical-caribeño. Cambiamos la sangría por el ron y a los alemanes e ingleses por rusos y canadienses y ya tienes una típica estampa de Varadero, Cuba. Me relacioné exclusivamente con el personal de servicio. Freddy, el cocinero del Grill, Fany, del grupo de animación y demás camareros y personal de seguridad. Una gente encantadora y capaz de reírse de la peor de las situaciones. Es increíble la capacidad de reírse de si misma que tienen algunos cubanos/as. Nos echamos unas risas, hablamos de Europa, de México y de Cuba. Me di un masaje completo de una hora, di largos paseos de horas por la playa de esa fina y clara arena caribeña y me tumbé al sol de la tarde tratando de dejar mi mente en el estado más meditativo posible.


Dejé el Eddy para avanzar un trecho más de rio y buscar el camino a seguir con una mayor visibilidad. Se acerca el próximo rápido. Debo abandonar la seguridad de este nuevo Eddy a principios de año. Va a ser duro, voy a echar de menos este rinconcito de Veracruz. Pero a veces el universo nos concede segundas oportunidades para poder agradecer y dar lo que se ha recibido… Mi voz interior vuelve a sonar clara y segura…
Ya echaba de menos las tortillas hechas a mano de Aventurec cuando aterricé en Distrito Federal, la gran urbe Mexicana, ciudad que una vez más me dejó sin respiración… y es que la altura siempre me provoca un poco de vértigo…

Imagen by Nur, Varadero 2011

viernes, 25 de noviembre de 2011

Hadas y luces de otoño...



Se apagan de nuevo las luces en Aventurec y la naturaleza vuelve a tomar el mando. La palapa permanece en silencio, las mesas descansan libres de vasos con restos de jugo de naranja y las sillas ya están dispuestas, alineadas en las mesas como peones en el tablero de ajedrez, preparadas para comenzar una nueva batalla. Las voces que hasta hace poco rellenaban los caminos son ecos lejanos y amortiguados por el sonido de las chicharras, los grillos y un improvisado concierto al atardecer de las chachalacas, que permanecen resguardadas entre las tupidas ramas del cedro frente a los baños. Varias ranas cruzan por el pasto frente al platanal, lo que me hace pensar en “Enrique”, un sapo enorme que suele visitarnos por las noches. Hace ya días que no lo veo, suele refugiarse bajo la barra del bar, pero últimamente no aparece, quizás ya encontró a su princesa…
Se duermen los colibríes y aparecen los primeros destellos de las luciérnagas recordándome que la magia existe.

Una cosa que he aprendido en el rio es que los “Eddys” existen y forman parte del curso del agua. Un Eddy es la palabra gringa que utilizan los kayakistas para nombrar esa sección en el rio, entre corrientes, en la que el agua está tranquila y puedes “estacionarte”, sin que te lleve la corriente, mientras a tu alrededor, a escasos centímetros de la balsa, el rio sigue discurriendo con toda su fuerza. Es como un oasis en la corriente. Los eddys a veces cuesta encontrarlos, pueden ser grandes o pequeños, pueden estar tras los obstáculos en forma de rocas o tras los rápidos, pero si los localizas, en ellos puedes meter la balsa y tomarte un respiro para descansar y observar el curso del río mientras decides qué línea vas a trazar o para esperar a un compañero que llega detrás de ti y poder hacerle seguridad en el rápido, es decir, estar listo para lanzar la cuerda si es necesario. Y yo estoy en un “eddy”, asimilando los últimos cambios y reencontrándome con esa fuerza interior de mujer loba que tan bien definía Clarissa Pinkola Estés en “Mujeres que corren con los lobos”. No alcanzo a ver que me espera tras el próximo rápido pero empiezo a visualizar la línea a trazar, y leyendo el río todo me indica que la línea escogida hasta ahora es buena. El balance de este último año es alentador, siento la misma ilusión y las mismas ganas de seguir remando que aquel día en que ví mi mochila, con las únicas cosas que decidí conservar para esta aventura, desaparecer por aquella cinta en el aeropuerto de Barcelona.

“Diosidencias”, me comentaba una luciérnaga que pasaba por Aventurec estos días, con una luz potente y poderosa que me ha dejado algo aturdida hasta horas después de su partida. Me ha hecho recordar otra linda luz que me “reencontré” en Barcelona poco antes de empezar este viaje. Esta segunda conexión ha llegado en el momento justo y preciso, como siempre, si es que ya decía yo que el universo puede ser muy cabroncete y te deja saborear esas pinceladas de luz para animarte a seguir adelante, pero sin darte tiempo a profundizar, actúan solo como mensajeros, como señales. Son como el rio que a veces, inesperadamente, bien por una crecida o algún cambio geográfico drástico se abre en varios brazos que se separan para luego volver a encontrarse más adelante. En estos últimos días mis dudas se han disipado. Estas apariciones me hacen saber que todo está bien, que voy bien, que no debo de tener miedo a todos estos cambios, que voy a empezar el 2012 como nunca lo hubiera imaginado. Que fue duro saltar la cascada, angustiantes los momentos en que el abismo se acercaba y debía decidir dar ese salto, dejar todo lo que me hacía sentir mínimamente segura para poder emprender el camino que realmente mi corazón me dicta, enfrentándome a mis miedos hasta el punto de transformarlos en la adrenalina capaz de darme ese plus de energía que necesito en esa última palada, o en ese salto al vacio. Y aunque sigo sintiendo el vértigo sigo agradeciendo cada día que pasa en esta aventura de vivir, con todas las letras.

Por el momento los únicos planes son aprovechar el tiempo que me queda en este Eddy y pasar unos días en La Habana y Varadero para descansar y tirarme en alguna playa de arenas blancas. Necesito algo de intimidad que me permita momentos de introspección para poder escucharme y poder seguir leyendo el rio, cosa que el trabajo diario en Aventurec no me permite. Cuando se está de viaje también se necesitan vacaciones, jeje. 

Porque la vida puede ser maravillosa! Eso me enseñó un compañero de tránsito que recientemente nos ha dejado y que sus últimos pensamientos fueron de agradecimiento por todo lo que había vivido. El rio aun me está ayudando a gestionar esta pérdida, por el momento los mojitos en Cuba van a tu salud compañero.

El día 1 aterrizo de nuevo en Distrito Federal, esa enorme jungla urbana…

Imagen by Nur, Altofilo. 

martes, 20 de septiembre de 2011

Rumbo al sur



El viaje a Guatemala fue corto pero intenso. Tuve que hacerlo en dos fases. En la primera llegué hasta Palenque donde disfruté mucho visitando los antiguos templos mayas, pirámides que sobresalen en la húmeda selva de Chiapas, mágico lugar. Mientras paseaba recorriendo las diferentes pirámides del complejo arqueológico sentía como estar frente a otra dimensión, como si allí mismo pero en otro plano, aquellos pasadizos entre las construcciones estuvieran llenos de vida. Me alojé con mi tienda de campaña en un bello lugar junto a la selva, donde cada mañana se acercaban los saraguatos en sus manadas y podía observarlos en los grandes árboles que rodeaban el campamento. Eran días de fuerte calor así que un mediodía antes de continuar viaje hacia la frontera me acerqué hasta el rio Nututum, pegado a Palenque, para refrescarme. Mientras estaba dándome un baño dos encapuchados armados con machetes me atracaron y se llevaron todo lo que tenía de valor. Como dice Fito, “hay caminos que hay que andar descalzos”. Descalza me dejaron después del asalto, hasta los zapatos se llevaron los pinches cabrones. Humillación, desconsuelo, rabia… Y aun así no me resigno a caer en la parálisis del miedo. La sombra aprovecha cualquier descuido para recordarnos que no somos nada, intenta mantenernos en el miedo. Pero la voz de la justicia es difícil de callar, te mueve algo por dentro. Y así me sentí después de que se llevarán todo mi dinero y todas mis cosas personales, impotente, enrabiada, desconsolada. Y un torrente de “y si?” me desbordaba mentalmente. Y si esto y si lo otro… si hubiera dejado las cosas en el coche, si hubiera permanecido donde había gente, si aquello y si lo otro. Es fuerte la inercia que te lleva a pensar en que todo nuestro alrededor es inseguro y peligroso. El trabajo después de estos acontecimientos ha sido seguir manteniendo las ganas y la ilusión de seguir avanzando en el camino incierto de esta aventura. Lo siento como una vacuna, una vacuna contra el miedo. Y también como un aviso, un mensaje de que debo estar alerta y presente, debo sentir y escuchar mejor a mi instinto. Aquel que te avisa de las “malas vibras” en ciertos momentos… Hay una chamana mazateca que dice que los malos espíritus están a la vera de los ríos por la noche, en Palenque eran las 3 de la tarde, quizás ahora los demonios hacen horas extras!


Tuve que regresar a Catemaco para reponer las cosas imprescindibles y la confianza en mí misma. Después de recibir por correo mi nueva tarjeta bancaria y tener de nuevo acceso a mis pequeños ahorros partí de nuevo rumbo a la frontera guatemalteca. Volví a Palenque, donde esta vez me alojé en el hotel de un contacto. A la mañana siguiente me apunté a un Tour organizado para cruzar la frontera y visitar la zona arqueológica maya de Tical. Me recogió una furgoneta en el hotel a las 4 de la mañana para partir hacia terreno de los Lacandones. Mis compañeros de viaje eran dos israelitas y un italiano empeñado en creer que yo le entendía si me hablaba despacio. Y allí estaba yo, frente al río que separaba México de Guatemala bajo un sol de justicia hablando en mi oxidado inglés con dos jóvenes que podían ser del Mossad intentando traducirles lo que me decía Antonio, el ya maduro profesor de arte de Florencia. Curiosa situación, pensé. 


En la frontera apenas hay seguridad, si te descuidas te pasas la aduana. En una especie oficina al estilo mexicano había dos oficiales que me sellaron el pasaporte amablemente después de pagar los pesos pertinentes. Después me subí a una lancha y un niño me llevó  al otro lado del rio donde aparentemente no hay absolutamente nada. De repente me acordé de una situación años atrás en la triple frontera de Brasil, Perú y Colombia. Cruzando el rio de madrugada sin saber muy bien que me iba a encontrar al otro lado. Pero aquí era de día y a pesar de que me sentía con menos luz que en Brasil pude distinguir unas palapas según nos acercábamos al punto de desembarque. Cambié moneda nada mas llegar al otro lado del rio a una señora que estaba en una especie de tiendecita con un refrigerador lleno de cocacolas, aguas y cervezas. La señora, chaparrita y morena, tenía un fajo de billetes de quetzales en una mano, no me quedó más remedio que aceptar su cambio, algo más alto que el oficial, puesto que era lo más fácil y práctico. Si quería llegar a un banco o casa de cambio necesitaba dinero para el transporte ya que estábamos a unas tres horas de la civilización. Estuvimos esperando unas dos horas sudando a chorro por la humedad a un autobús que finalmente nos dejaría en Flores previo paso por la aduana guatemalteca para sellar el pasaporte tras volver a pagar la correspondiente cuota (en quetzales). Elegimos un hotel que nos recomendaron los encargados de recogernos en suelo guatemalteco, limpio, económico y junto al malecón. Compartí habitación con el profesor de arte florentino de manera que resultó aún más barato. Después del atraco me entró la paranoia de no gastar así que no me importaban algunas incomodidades a cambio de ahorrar unos pesos… o quetzales… o euros… que lio con el cambio! 


Guatemala por fin. Objetivo cumplido. Me gustó especialmente la luz del atardecer en la isla de Flores. Un color no apreciado hasta entonces me hacía cosquillas en el pecho  mientras disfrutaba de la nueva sensación registrada por mi espíritu. No sé como hicieron los israelitas para entenderse con el guía que nos llevó en el “autobús” desde la frontera al hotel (pasando antes por varios cajeros automáticos porque el profesor italiano se empeñó en sacar dinero de su tarjeta de crédito aun sin acordarse de su pin porque no cambió suficiente con la señora de la tienda de refrescos) pero ese mismo día por la noche ya teníamos un poco de mota. Acepté fumar un rato antes de acostarme en la terraza del hotel que daba al lago mientras me embobaba con el reflejo de la luna en el agua y me desestresaba un tanto de la tensión acumulada por el estado de alerta post-atraco, pero no quise comprar nada. Solo me faltaba un capitulo al estilo de “Expreso de medianoche” en esos momentos. No, gracias. De madrugada salimos hacia las ruinas de Tical para ver el amanecer en las altas pirámides mayas. Impresionante, al igual que en Palenque disfruté de la hermosura de semejantes construcciones en medio de la selva. Los monos araña dejaban caer algunos mameis cuando nos veían pasar bajo los árboles. Una especie de mapache intentaba robar la comida a los turistas y los pájaros carpinteros se escondían cuando tratabas de fotografiarlos… Me embargó la nostalgia al acariciar un árbol de copal y oler la resina de su corteza… recuerdos del mas allá…


Regresando a Flores me comí unos tacos con Antonio, el italiano, en un parque un poco alejado del malecón, donde ya no había turistas y los precios eran más acordes con la realidad del país. Me acosté temprano no sin antes despedirme de mis compañeros de “transito”. A las 5 de la mañana me recogía de nuevo el autobús rumbo a la frontera con México. Llegamos de nuevo al lugar dónde salían las lanchas que cruzaban el río. Esta vez me acompañaba un joven guatemalteco que pretendía llegar a los Estados Unidos sin documentos. Tan solo llevaba un papel con una dirección… Me despedí de él deseándole suerte cuando ya nos encontrábamos al otro lado, en suelo mexicano. De nuevo en tierras de los lacandones. Llegué a Palenque hacia las dos de la tarde, me compré un Snickers en la terminal (momento Spiros) y me subí en otro autobús rumbo a Catemaco contenta de que esta vez todo había salido según lo planeado.


Una semana después dejé Catemaco. Un ciclo que termina y el viaje que continua. Llevo casi 4 meses en Aventurec, en el parque natural del río Filobobos, zona arqueológica Totonaca al norte de Veracruz. Cuando estuve el pasado mes de mayo, regresando del desierto de los Huicholes me encantó el lugar. Así que hablé con el patrón y llegamos a un buen acuerdo. Aventurec es un maravilloso rinconcito con olor a vainilla entre Tlapacoyan y Martinez de la Torre,  zona rica en frutas. Abundan las naranjas y los plátanos de todas las variedades, mameis, lichis, guayabas, guanábanas (por dios! Que fruta más extraña), jobo, pitayas, aguacates, carambolo, mangos, maracuyás… Hay infinidad de variedades de aves. Me gusta el entorno, dormir escuchando las chicharras y despertarme con las chachalacas me resulta agradable y me acompañan en mi silencio. Me gusta descender en balsa los rápidos del rio y nadar en las cascadas. Me gusta lanzarme en los 180 metros de tirolesa sobre cañas de bambú y árboles. Me embobo viendo a los colibríes libando las flores, o a las luciérnagas en las primeras horas de la noche. 


La gente viene a disfrutar a este pequeño campamento de “ecoturismo” de las actividades en contacto con la madre tierra, rafting en los ríos, tirolesas, temazcales, bici de montaña, caballos, rappel, escalada, caminatas, acampadas…
Trabajo a cambio de comida, alojamiento y una pequeña paga. Me gusta estar aquí porque durante el día o estoy ocupada con los aventureros, o bajando por un rápido en balsa, o lanzándome al vacio en la tirolesa, o cayéndome de un caballo … (un día voy a poder galopar en esa yegua…) Lo que implica que continuamente estoy presente en el momento, fluyendo con los acontecimientos del día que siempre son cambiantes e imprevisibles y no me permito perderme en la secuencia de pensamientos que suelen venir cuando empiezo a recordar el pasado o a dudar del futuro… El reto es aprender nuevas cosas, disfruto logrando hacer el nudo del ocho para rapelear, o podando los mulatos y los cedros. Nunca había ensillado a un caballo, ni había visto como les ponen las herraduras. Aprender a ir en Kayak también es emocionante, la técnica para dar el “rol” requiere mucha calma y confianza para desafiar al instinto de supervivencia cuando estás bajo el agua, la cabeza es lo último que debes sacar si quieres desvoltearte…


Mi mente está en un estado que, alejándome de él, puedo comparar con el estado en que me sentía mientras practicaba mis retiros de taichí y Aikido, fuera del mundo, desconectada de la realidad ordinaria y conectada a la vez a una especie de dulce trance profundo con sabor a una misma, creo que el presente hipnotiza. A veces siento que es como estar conduciendo y llegar de repente al paraíso de las rotondas. Hay que elegir, hay que decidir. Y cómo integrar eso en lo que mi querido primo Pablo llamaría “Slow Flow”? Quiero decir, cómo mantener la fluidez? Todas las rotondas tienen varias direcciones y yo me encuentro aquí por el simple placer de conducir… Creo que de repente soy fan de los semáforos! Pero en este entorno encuentro los momentos para poder escuchar y distinguir aquella voz que intento seguir desde que comencé esta aventura hace ya un año para seguir camino sin dar demasiadas vueltas. La idea es viajar hacia el sur, cruzar todo el continente trabajando mientras convivo y descubro nuevos sabores hasta llegar a la tierra de fuego y ver a los pingüinos mientras me tomo una taza de chocolate caliente. Objetivo que no tiene porqué ser inamovible por cierto, bien podría ser un mate… hay que ser flexible! No tengo planteado aun el desarrollo del proyecto. Ni siquiera he trazado una posible ruta en el mapa, ni siquiera sé cuántos países hay entre México y Argentina. Esa vocecilla interior que últimamente escucho me susurra al oído: Colombia… Quizás sea el próximo destino, pero no sé ni cómo, ni cuándo. Qué narices voy a hacer yo en Colombia? No conozco a nadie allí por dios! 


Esa vocecilla interior, la voz de mi loba interior ha hablado de nuevo. Y me ha susurrado la respuesta a una de las incógnitas por resolver. Los tiempos. “Después de la carrera”, ese ha sido el mensaje. Y es aquí se celebra cada año una carrera de Kayaks en enero por la conservación de los ríos Alseseca y Filobobos (los dos ríos que cruzan este parque natural) a la que asisten Kayakistas de todo el mundo. Este año se celebra el próximo 14 de enero. Mi instinto me dice que después de esa fecha debo empezar a pensar en moverme de aquí y seguir camino. …  Mi intención es dejar que las cosas vayan ocurriendo por si solas, mantenerme alerta para poder arriar la vela y estar preparada para cuando llegue la siguiente corriente de aire que me lleve a mi próximo destino. Sin expectativas concretas. Pero con toda la ilusión de seguir descubriendo los nuevos tesoros que me tenga preparada esta vida.

Imagen by Nur, 2011 

domingo, 10 de julio de 2011

Lluvia de la tarde...


La mayor sabiduría consiste en hacer del disfrute del presente el objetivo supremo de la vida porque esa es la única realidad, siendo lo demás territorio del pensamiento. Pero también podríamos llamarlo nuestra mayor locura, porque lo que existe solo un momento y se desvanece como un sueño no puede ser merecedor de un esfuerzo serio.

Ibíd. "La cura Schopenhauer" Irvin D. Yalom
Imagen by Nur, junio 2011

jueves, 9 de junio de 2011

Cuando el pueblo habla


El anhelo de libertad es algo que todos llevamos dentro, porque nacimos libres pero la sociedad nos hizo sus esclavos con un sistema hartamente fracasado, aunque lo peor de todo es que nos hemos dejado convencer por el hecho que así debe ser.

Hay ciertas normas que deben ser respetadas, hay ciertas pautas de ética y moralidad para con uno mismo y con los demás que no deben ser rotas ni transgredidas pero, sin embargo, también existen convicciones propias que corresponden al plano de nuestra realidad, de la vida que hemos decidido vivir, y por las que debemos luchar, porque solo de ese modo alcanzaremos una gran claridad en nuestros pensamientos, y estos transmitirán emociones que nos harán vibrar en un plano positivo, con energía positiva, la que nos dará la armonía que necesitamos para descubrirnos a nosotros mismos desde dentro y hacia fuera, por que lo visible siempre es lo fácil, por eso debemos empezar por lo difícil, por nuestro interior, para ir saliendo a la superficie en la medida que vayamos sabiendo quiénes somos, dónde estamos y para qué hemos venido. Cuál es nuestro sentido, el propio de cada uno, porque el colectivo sólo lo entenderemos cuándo primero entendamos el nuestro, el individual que corresponde a cada uno. Porque nuestra libertad es la que nosotros queramos que sea, y la libertad de pensamiento, palabra y obra sólo depende de nosotros, de nuestra fuerza de voluntad, de nuestro coraje y de nuestra actitud frente al mundo.
Seamos libres entonces y convirtamos este mundo en un lugar mejor. Y para ello, sólo cabe hacer libres a las personas que lo conforman. A nosotros mismos.

Texto de "La verdad Scarlata" de Eva Maria Ruiz
Imagen by Nur, Tical, Guatemala junio 2011

jueves, 26 de mayo de 2011

Mayo Veracruzano



Los semejantes se atraen. Limítate a ser quien Eres. Cuando irradiamos lo que Somos, cuando sólo hacemos lo que deseamos hacer, esto atrae automáticamente a las personas, si es que tienen algo que aprender y también a las que tienen algo que enseñarnos.

Richard Bach.

Imagen by Nur, Kati y Kiko, Dos Amates.

martes, 10 de mayo de 2011

Wiricuta 2011


Que te voy a decir, si yo acabo de llegar
Si esto es como el mar, quién conoce alguna esquina
Dejadme nacer, que me tengo que inventar
Para hacerme ver, empecé por las espinas…

(Fito&Fitipaldis)

Cuando conocí a Arturo sentí que había llegado el momento de viajar al desierto. En otras ocasiones, mientras viajaba por el interior de este extenso país, había estado cerca del sagrado territorio Huichol. Pero entonces mi instinto me dijo que no tocaba, no sin la preparación y el guía adecuados. Pero llegado el momento las cosas se precipitan por si solas y a los pocos días de nuestro encuentro con Arturo partíamos hacía Matehuala con la mochila cargada de ilusión, respeto y algún que otro miedo. Según recorríamos las variables y maltrechas carreteras del estado de Veracruz y nos acercábamos a nuestro destino las emociones se hacían más fuertes y cambiantes. Sentía cómo se removía mi interior y tenía que hacer un esfuerzo por mantenerme relajada y poder fluir con lo que iba llegando.

Pasamos por la costa del golfo, aun en el estado de Veracruz, a darnos un buen baño en la playa de La Mancha y recoger un poco de agua de mar para llevar como ofrenda al territorio Huichol. Según avanzábamos hacía el norte y cruzábamos el trópico de cáncer el paisaje y el aire cambiaban casi sin darte cuenta. En tres días llegamos a Matehuala, el último núcleo de población importante antes de nuestra entrada al desierto. Allí compramos víveres para los próximos cinco días y algunas ofrendas más. Adquirimos unos sombreros, frijoles, maíz, tortillas, arroz, lentejas, algo de pan, café, un poco de fruta y pequeñas cosas que íbamos a necesitar. Ese día visitamos Real de Catorce, un pueblo mágico en lo alto de las montañas de Wiricuta, al que hay que entrar por un túnel excavado en la roca pues antiguamente era una mina de la que los antiguos conquistadores extraían oro de aquellos peñascos.


Pasamos nuestra última noche en Estación Catorce, puerta de entrada al desierto, en una antigua hacienda remodelada para dar alojamiento a los viajeros y buscadores que allí llegaban. Esa madrugada el peyote apareció en mis sueños, estaba inquieta y expectante, ya podía sentir la energía de aquel potente lugar. Por la mañana me desperté con una extraña calma para lo cerca que estaba por fin de cruzar la puerta del desierto, cargamos el agua y algunos costales de leña en Estación Wadley, nos subimos al jeep de Oscar y nos dirigimos hacia el valle de las ánimas, en pleno Wiricuta. Desde la parte de atrás de la camioneta podía ver la imponente silueta del Cerro del Quemado. El Cerro del Quemado en Wiricuta es el destino de la larga ruta sagrada de los Huicholes desde Nayarit y Jalisco. Esa es la ruta de los Huicholes. Ahí está la puerta de la reserva Wiricuta. Y es que puede parecer que la entrada al desierto se puede realizar desde muchos lugares, pero en realidad la puerta es pequeña…


Durante más de 2000 años, ha sido la ruta de las peregrinaciones de los Huicholes y sus ancestros. Ahí, sus antepasados han agradecido la vida y han rezado por todos. En esa tierra, muchos han reconocido su miedo y su amor. Esa tierra les ha enseñado a caminar por la vida con atención. A casi todos, les ha abierto el corazón. Ahí, han aprendido a rezar, a cantar, y han entendido la importancia de ofrendar. Han constatado, que por larga que parezca la noche, y por pesada que parezca nuestra propia oscuridad… con el canto y con el rezo… llega el amanecer…nuestro propio amanecer….El de nuestro corazón que recibe una nueva oportunidad … el que ama el nacer…El que ama nacer junto con el sol!


Llegamos al valle de las ánimas después de un trayecto no demasiado largo a través de los laberínticos caminos del desierto. Instalamos nuestro campamento bajo la sombra de un par de mezquites, árbol de corta estatura y torcido. En esta época del año los mezquites están floreando por lo que el precio de descansar bajo su sombra es tener que soportar la infinidad de insectos que lo rodean. Las pequeñas mosquitas buscan cualquier gota de humedad por lo que tratan de meterse en los ojos, la nariz, las orejas y la boca. No conseguí acostumbrarme a ellas a pesar de los consejos zen de Arturo con respecto a la actitud que tomar ante tan molesta situación, así que me hice de un palo a modo de abanico para mantenerlos a raya y lejos de mi cara todo lo posible. Despejamos el lugar de excrementos de animales, barrimos el suelo con una improvisada escoba que Arturo construyó con algunas ramas de gobernadoras y un trozo de cuerda, montamos las tiendas, reconstruimos los círculos de protección de piedra alrededor de ellas y preparamos un buen fuego para la cena. Esa misma tarde iniciamos nuestra primera caminata después de pedir permiso a los guardianes del lugar sagrado para que las cascabeles y escorpiones se mantuvieran alejados de nosotros.


El paisaje del desierto no es como una se imagina. No es el típico desierto lleno de dunas de arena y apenas sin vida. Wiricuta late con los rayos del sol y el sereno de la noche, tiene bastante vegetación baja, sobre todo unas plantitas que llaman “gobernadoras”, plantas medicinales que los habitantes de la región del altiplano han utilizado durante miles de años como parte de la medicina tradicional para combatir cálculos renales, problemas de riñones e inflamaciones de la vejiga..., también habitan el palo fierro, el palo verde, el mezquite, el torote y algunas especies de palmeras. Además, cómo no, está lleno de cactus, lo que te obliga a mirar continuamente dónde pisas si no quieres salir espinado. El sahuaro, el cardón, la senita, la pitahaya, la biznaga y el nopal son cactus muy especiales. Hay unos cactus que les llaman “perrillos” porque parece que se lancen a morderte los pies. Se esconden tras otros arbustos y si al pasar los rozas se clavan en tus botas y pueden incluso atravesarlas. Son difíciles de quitar, se insertan en todo lo que tocan!

Cuando regresamos al campamento el sol estaba ya muy bajo y las moscas habían desaparecido, lo cual fue un alivio. Preparamos algo de cenar y lo compartimos junto al abuelito fuego. Cuando llegó la noche me sorprendió el bajón de temperatura. Después del húmedo e intenso calor de Veracruz no estaba preparada para semejante frio. A pesar de haber una gran luna se podía distinguir perfectamente el mapa celeste, disfruté un buen rato de la visión del cielo estrellado y el silencio de la noche del desierto. Cuando ya estaba tiritando de frio me metí en mi tienda y coloqué unos cartones y una cobija bajo mi saco de dormir. El suelo del desierto es bien duro, con el paso de los días descubrí que el truco para no quedarte entumecida era rodar durante la noche, no quedarse demasiado tiempo en la misma posición y así conseguías poder ponerte de pie por la mañana sin demasiado problemas. Después de comprobar con mi frontal que ningún habitante se había colado en el interior de la tienda me metí en el saco, me tapé con mi manta polar y me dormí con imágenes del desierto y el venado azul flotando en mi mente.

Por la mañana el calor me sacó de la tienda a primera hora y tuve que enfrentarme de nuevo a los molestos insectos. El sol aprieta mucho, sin embargo no sudas, todo se reseca. La piel de los labios se agrieta y se hacen heridas en la nariz de tanta sequedad. Ir al baño implica llevarse el machete y el palo, alejarse un poco del campamento, buscar un sitio despejado de espinas y animalillos, hacer un agujero en el suelo con el machete y taparlo después. De todas formas aunque bebes mucha agua apenas “evacuas”, parece que el cuerpo no quiera dejar escapar ni una gota de humedad.


Después de un ligero desayuno, llenamos de agua nuestras cantimploras, me puse bastante protector solar para no quemarme, dejamos la olla al fuego con unos frijoles y nos fuimos de cacería. El peyote (hícuri) es un cactus que se esconde normalmente a la sombra de las gobernadoras. No resulta fácil encontrarlo. Hay que llamarlo, hablarle con el corazón para que salte y lo puedas ver. Es él quien se muestra si te considera digno y limpio de espíritu. Arturo nos guiaba por los valles sagrados y nos iba dando puntos de referencia para no extraviarnos y realizar la caminata por etapas, siempre descansando en alguna sombra de las palmeras más grandes. Perderse en el desierto es muy fácil, se han encontrado restos de cazadores que han sucumbido bajo el potente sol de Wiricuta. El viento cambia constantemente de dirección y una nube puede taparte tu punto de referencia en los cerros, el paisaje parece idéntico en todas direcciones y al cabo de unas pocas horas es fácil perder la orientación si no vas con alguien experimentado.


Y allí me encontraba yo. Con mi sombrero bajo el pesado sol de Wiricuta caminando con mi palo en una mano y llamando al jicurito para que se mostrara. El hecho de hablar y llamarlo mientras caminas también ayuda a que las serpientes se mantengan alejadas. Los huicholes identifican al peyote con el venado azul y con el maíz. La cacería resulta emocionante. Puedes estar horas buscando y no ver nada y luego pasas por el mismo sitio de nuevo y empiezas a verlos! Cuando por fin el venadito se decidió a saltar los veía por todas partes. La caza también tiene su propio ritual. Tal y como hacen los Huicholes cuando encuentras el preciado cactus y has comprobado que ningún animalillo está cerca, se ha de cortar con un cuchillo que no sea metálico sino algo natural para no dañar la madre del cactus que permanece enterrada. Arturo nos preparó uno hecho de una ramita de gobernadora, tras pedirle permiso para cortarla. Después de cortar el Jicurito bajo sus detalladas explicaciones se ha de tapar la madre, regarla con unas gotas de agua y dejarle unos granitos de maíz como ofrenda. Solo así el próximo año allí donde has cortado uno aparecerán dos nuevos y hermosos peyotitos. Según cómo estén situados los peyotes es todo un reto no salir con la mano llena de espinas.


Regresamos al campamento con nuestros paliacates bien llenos y sin una reserva de agua. Los fríjoles seguían al fuego, después de unas horas seguían duros así que decidimos cocinar un poco de arroz con una cebolla hervida. Después de quitarnos algunas espinas de las manos y las piernas nos dispusimos a limpiar los jícuris mientras Arturo templaba su tambor junto al fuego y nos prepararnos para nuestra primera ceremonia de iniciación que comenzó al caer el sol. Fue una noche mágica.

Permanecíamos tumbados dentro del círculo de piedras mientras Arturo hacía sonar su tambor con ritmos aztecas y su vibración me recorría todo el cuerpo. Sus cantos me parecieron mágicos y me traían imágenes de antiguos pueblos indios cantando junto al fuego. El Jícuri apareció enseguida, se me presentó como hermano de la Ayahuasca y me dijo que permaneciera tranquila, que ya me había preparado para estar allí y ahora debía dejarlo hacer. En un abrir y cerrar de ojos me elevo en el cielo estrellado mientras mi cuerpo permanecía tumbado junto a los demás. Me enseño su tierra, el lugar de donde proviene y allí donde miraba todo se transformaba en Jícuri, los árboles, el suelo, las estrellas, la noche, la luna, todo era lo mismo…el cactus sagrado. Su poder me resultó familiar y pensé que la ayahuasca había estado preparándome todo este tiempo para poder realizar este viaje. A diferencia de la ayahuasca me sorprendió su facilidad para sacarte del cuerpo, el “tránsito” es menos convulsivo y es más difícil oponer resistencia. También me pareció mas complicado el diálogo y la comprensión de las imágenes, supongo que por falta de experiencia. Las imágenes son de unos colores brillantes de esos que solo puedes ver cuando estás en otro plano de conciencia, todo está conectado y parece que puedas abrazar la luna y las estrellas. Me sentía fuerte y con la energía renovada con el paso de las horas. Puedo decir que el peyote me trató bien, con cariño y respeto lo cual me ayudó a relajarme durante el vuelo. La noche estaba bien clara y apenas sentía el frio bajo la cobija. Mi parte de loba salvaje se sintió complacida al poder escuchar el aullido de los coyotes no muy lejos de nosotros. Cuentan que en algunas ceremonias puedes verlos jugar unos con otros, fuera del círculo de piedras, pero como era semana santa no éramos los únicos acampados en aquel valle por lo que las manadas de coyotes mantenían las distancias.

Al día siguiente fuimos de caminata al cerro del Bernalejo, centro ritual a donde acuden los Huicholes a dejar sus ofrendas y agradecer a los espíritus el éxito en las cacerías. Depositamos nuestras ofrendas porque para recibir también hay que dar. La caminata fue de unos 15 Kilómetros que bajo ese sol es como caminar 50. Aunque tengo la sensación de que la verdadera ofrenda fue permanecer en el desierto los cinco días que estuvimos. Esa es la gran prueba, donde Wiricuta te exige y te pone al límite tanto físico como emocional. Como ocurre en la selva lo que mas se escucha en el desierto es a uno mismo y solo los guerreros preparados pueden superar esa dura prueba.

Nos despedimos de Wiricuta agotados pero felices por haber superado la experiencia sin ningún percance. Una buena ducha después de 5 días de solo aclararse las manos resulta un gran regalo. Para terminar el viaje nos fuimos a unas cabañas cerca del rio Filobobos el cual descendimos haciendo rafting. Ceremonia de Temazcal de despedida y regreso a Catemaco.


Próximo viaje, Guatemala pasando por la selva de Chiapas….

Imagen by Nur

viernes, 25 de marzo de 2011

Huautla de Jimenez 2011


El frio de la noche me hizo retirarme pronto a dormir no sin antes meter mi polar en la mochila. Era ya casi medio día cuando partí hacía Huautla de Jiménez. El trayecto duró unas ocho horas en camioneta. La manera de conducir del chofer y los baches en las malas carreteras hacían poco viable la posibilidad de echar una cabezadita durante el viaje así que opté por ponerme el Ipod y disfrutar de la música mientras observaba el paisaje, cambiante y variado de la zona. Después de comer unos tacos en Tuxtepec comenzó la subida a la sierra madre.

Ya estaba cayendo el atardecer y una vez más el camino a Huautla resultaba ser mágico. El sol empapaba con sus últimos minutos de luz las grandes paredes de las montañas que se erguían frente a mí, haciendo que su brillo adquiriera una gran intensidad de tonos anaranjados. No recordaba si lo había visto así anteriormente, el lugar tiene la particularidad de ser diferente en cada ocasión que lo visitas, nunca es lo mismo, en ninguno de los sentidos. El cielo estaba despejado, las nubes aun no se dejaban ver. Cada curva del camino dejaba visible nuevos y altos cerros. Llega un momento en que crees que tras el siguiente reviro aparecerán las primeras casas mazatecas, pero cuando llegas solo ves un nuevo y estrecho tramo de recta en la que, al final, dobla una curva más. Y otra, y otra…

Cuando por fin puse un pie en Huautla ya casi era de noche y la temperatura era bastante mas baja que la del estado de Veracruz. Me sorprendió ver la actividad que había en las calles cercanas al centro un miércoles a esas horas. Un ir y venir de gente entre los puestos de comida, ropa y artesanías oaxaqueñas le daban vida al lugar. Las estrechas y empinadas calles hacían difícil maniobrar con el vehículo. La organización urbana es bastante laberíntica, puede dar la sensación de que las calles son todas iguales, y a ratos, todo lo contrario. Huautla es extremo, en todo. Estaba tan cansada del viaje que no me preocupé por pensar en nada más que en comer algo y esperar que la cama del hotel fuera cómoda.

Por la mañana me despertó el trajín del mercado. Los mazatecos vienen desde toda la sierra al centro de Huautla a vender y comprar sus mercancías. Es un trabajo duro transportar toda esa carga de materiales por las cuestas tan empinadas de la sierra, hay un continuo movimiento de, sobre todo mujeres, arriba y abajo por esos caminos escarpados con la carga echada a la espalda y sujetada nomás por una cinta que pasa por la frente.

Hace ya un par de años que el ayuntamiento terminó la construcción del edificio del mercado, un gran espacio con paredes de cemento, escaleras y un gran tejado de hierro frio y gris, pero aun así los comerciantes se resisten a entrar dentro, todos continúan con sus puestos en la calle bajo unos toldos de plástico que, vistos desde arriba, le dan a las calles un aire de invernadero murciano mientras la gran nave de cemento sigue prácticamente vacía. Bien podríamos llamarlo “el mercado fantasma”.

Me calcé las bambas, agarré mi chamarra y salí del hotel. En seguida noté la potente energía del lugar, un escalofrío me recorrió la espalda y mantenía mis defensas en alerta continua. Huautla es un sitio en el que hay puertas que no llevan a ningún sitio y puertas que llevan a todas partes. Territorio de ángeles y demonios en continua batalla por establecer su propio orden y en donde al final, todo se compensa. Escondite de duendes, ogros, hadas y brujas, su mágica vibración hace que te enfrentes a intensas y profundas emociones tan contrarias como afilados son los desfiladeros de sus montañas.

Mientras subía la calle hacía casa de Inés me daba la sensación de que esta vez Huautla tenía más subidas que bajadas, cuando llegué me faltaba el aliento. Inés me sirvió un café y unos huevos con frijoles con esa energía a la que nos tiene acostumbrados a los visitantes a pesar de que esa misma noche había llegado de Oaxaca, de vender artesanía y ropas típicas. Estaba como la recordaba, parece que por ella no pasa el tiempo. Sigue igual que cuando la vi por primera vez hace ya casi 10 años. Su oscura y larga melena le recorre la pequeña espalda, tiene unos ojos oscuros y profundos, manos robustas y piel morena. Los mazatecos son bien chaparros y fuertes, me recuerdan a la raza salvaje de caballos de Asturias, los asturcones. Bien adaptados al medio y sus exigencias. En la casa se percibían los pequeños cambios que iban haciendo sus huéspedes a lo largo de los años. La estructura original se mantiene intacta pero hay bastantes añadidos y algunos cambios en las puertas, escaleras y ventanas. Una pequeña cocina de gas sustituye al anafre de carbón que solía encontrarme siempre encendido con su perola y el caldito de chivo calentándose…

Quedé con Inés para desvelarnos esa misma noche. No quería pasar demasiado tiempo en Huautla, mi instinto me decía que debía irme lo antes posible, los demonios estaban fuertes estos días. Desde que llegué mis pensamientos no acababan de tomar una clara dirección, me sentía confundida en cuanto al objetivo de esta visita. Mi razonamiento me decía una cosa, mi corazón otra y mi instinto me susurraba al oído intentando aclarar prioridades. He tenido experiencias en este lugar de las que moldean el destino de una y siempre estaré agradecida a esta tierra por haberme ayudado a crecer espiritualmente. Tenía mis reservas antes de comenzar la ceremonia cuando apareció Toshi, un visitante que venía desde Japón porque había leído en un libro recién publicado allí, sobre las experiencias en casa de Inés. Pensé que podría ser una bonita ceremonia dados los terribles sucesos que están aconteciendo en su país, así que disipé mis dudas y me animé a estar presente y participar de la comunión. Toshi sonreía mientras Inés explicaba como Jonh Lennon le pedía que bailara mientras tocaba la guitarra allá por el 68, cuando Inés tenía solo 8 o 9 años y le hacía la traducción a Maria Sabina. Era la primera experiencia de Toshi con los “niños buenos” y me apetecía acompañarle. En total éramos cinco los presentes, Juvenal nos cuidaba.

Inés nos cantaba sus ícaros mazatecos junto con canciones religiosas mientras “los diosecitos” nos acunaban con su poder. Imágenes oníricas me rodeaban mientras en mi cabeza sonaba Mercedes Sosa con su “dale alegría a tu corazón” y los “niños buenos” jugueteaban con la energía en mi plexo solar. Inés nos limpiaba y nos protegía frotando su “san pedrito” por nuestro cuerpo. Mi viaje duró unas tres o cuatro horas, cuando regresé estaba agotada y pensativa. Los cambios aun no han terminado, debo de estar preparada para continuar. El mensaje estaba claro. Quedan cosas por limpiar y sacos por vaciar para aligerar peso en el camino. A pesar del agotamiento físico y emocional estaba satisfecha por la experiencia, al final todo es lo que debe ser, todo en su momento…. Sentí que las cosas habían cambiado desde que viene por primera vez, pero yo también había cambiado y ahora mi experiencia me daba una nueva perspectiva de los recuerdos y las cosas aprendidas.

Al día siguiente me despedí de Inés, de esa tierra sagrada, y partí de regreso a Catemaco echando un último vistazo al cielo para ver una vez más el vuelo de aquellas magníficas águilas acariciando el sol.

Imagen by Nur, Huautla 2011

domingo, 13 de marzo de 2011

Durante el desarrollo...



Para venir a lo que no sabes,

has de ir por donde no sabes”


S. Juan de la Cruz

Fotografía by Nur. Playa Jicacal 2011


miércoles, 23 de febrero de 2011

Aceptación



La vía de salida de nuestra prisión comienza con la absoluta aceptación de todo lo concerniente a nosotros mismos y a nuestras vidas, aceptando con plena atención y cuidado nuestras experiencias de cada instante. Con "aceptarlo absolutamente todo" me refiero a ser conscientes de lo que sucede en nuestro interior -mente y cuerpo- en un momento dado sin tratar de controlarlo, juzgarlo o alejarlo. No quiero decir que debamos tolerar cualquier comportamiento perjudicial -nuestro o de los demás-, sino que éste es un proceso interior de aceptación de nuestras experiencias reales del momento presente. Eso significa sentirse triste o sentir dolor sin resistirse. Significa sentirnos atraídos o repelidos por alguien o algo sin juzgarnos a nosotros mismos por el sentimiento que nos impulsa a actuar en consecuencia.

Reconocer con claridad lo que sucede en nuestro interior y contemplar lo que vemos con un corazón abierto, dulce y amoroso, es lo que yo llamo "Aceptación radical". Si rehuimos alguna parte de nuestra experiencia, si nuestro corazón excluye cualquier faceta de lo que somos y de lo que sentimos, estaremos alimentando los miedos y sentimientos de separación que sustentan el trance de sentirnos indignos. La aceptación desmantela directamente los cimientos mismos de este trance.

Tara Brach

Fotografia by Nur 2011


sábado, 12 de febrero de 2011

Deseo...


"Mi deseo es hablar de la belleza de los viajes,
no de la estupidez de la mayoría de los turistas.
La poesía del viaje consiste no en descansar de la
monotonía de la vida doméstica, del trabajo y
las preocupaciones, o la contemplación de otras
imágenes. Sino que reside en la experiencia vital,
en el enriquecimiento, en la incorporación
orgánica de lo recién adquirido, en el incremento
de nuestra comprensión por la diversidad, por el
gran tejido de la humanidad".

Hermann Hesse
Imagen by Nur

martes, 1 de febrero de 2011

martes, 25 de enero de 2011

Vaciar el bote...



Si un hombre está cruzando un río,
y un bote vacío choca con su esquife,
por muy mal genio que tenga
no se enfadará demasiado;
pero si ve en el bote a un hombre,
le gritará que se aparte.
Si sus gritos no son escuchados, volverá a gritar,
una y otra vez, y empezará a maldecir.
Y todo porque hay alguien en el bote.
No obstante, si el bote estuviera vacío,
no estaría gritando, ni estaría irritado.

Si uno puede vaciar su propio bote,
que cruza el río del mundo,
nadie se le opondrá,
nadie intentará hacerle daño.

Zen Budo Interesting Thoughts
Imagen by Nur. Nanciyaga 2010

Aviso

Para una correcta visualización de este blog recomiendo usar el navegador Google chrome o Mozilla Firefox,
El Internet explorer está dando fallos y no lo muestra completo.
O, a veces..., todo lo contrario...