martes, 20 de septiembre de 2011

Rumbo al sur



El viaje a Guatemala fue corto pero intenso. Tuve que hacerlo en dos fases. En la primera llegué hasta Palenque donde disfruté mucho visitando los antiguos templos mayas, pirámides que sobresalen en la húmeda selva de Chiapas, mágico lugar. Mientras paseaba recorriendo las diferentes pirámides del complejo arqueológico sentía como estar frente a otra dimensión, como si allí mismo pero en otro plano, aquellos pasadizos entre las construcciones estuvieran llenos de vida. Me alojé con mi tienda de campaña en un bello lugar junto a la selva, donde cada mañana se acercaban los saraguatos en sus manadas y podía observarlos en los grandes árboles que rodeaban el campamento. Eran días de fuerte calor así que un mediodía antes de continuar viaje hacia la frontera me acerqué hasta el rio Nututum, pegado a Palenque, para refrescarme. Mientras estaba dándome un baño dos encapuchados armados con machetes me atracaron y se llevaron todo lo que tenía de valor. Como dice Fito, “hay caminos que hay que andar descalzos”. Descalza me dejaron después del asalto, hasta los zapatos se llevaron los pinches cabrones. Humillación, desconsuelo, rabia… Y aun así no me resigno a caer en la parálisis del miedo. La sombra aprovecha cualquier descuido para recordarnos que no somos nada, intenta mantenernos en el miedo. Pero la voz de la justicia es difícil de callar, te mueve algo por dentro. Y así me sentí después de que se llevarán todo mi dinero y todas mis cosas personales, impotente, enrabiada, desconsolada. Y un torrente de “y si?” me desbordaba mentalmente. Y si esto y si lo otro… si hubiera dejado las cosas en el coche, si hubiera permanecido donde había gente, si aquello y si lo otro. Es fuerte la inercia que te lleva a pensar en que todo nuestro alrededor es inseguro y peligroso. El trabajo después de estos acontecimientos ha sido seguir manteniendo las ganas y la ilusión de seguir avanzando en el camino incierto de esta aventura. Lo siento como una vacuna, una vacuna contra el miedo. Y también como un aviso, un mensaje de que debo estar alerta y presente, debo sentir y escuchar mejor a mi instinto. Aquel que te avisa de las “malas vibras” en ciertos momentos… Hay una chamana mazateca que dice que los malos espíritus están a la vera de los ríos por la noche, en Palenque eran las 3 de la tarde, quizás ahora los demonios hacen horas extras!


Tuve que regresar a Catemaco para reponer las cosas imprescindibles y la confianza en mí misma. Después de recibir por correo mi nueva tarjeta bancaria y tener de nuevo acceso a mis pequeños ahorros partí de nuevo rumbo a la frontera guatemalteca. Volví a Palenque, donde esta vez me alojé en el hotel de un contacto. A la mañana siguiente me apunté a un Tour organizado para cruzar la frontera y visitar la zona arqueológica maya de Tical. Me recogió una furgoneta en el hotel a las 4 de la mañana para partir hacia terreno de los Lacandones. Mis compañeros de viaje eran dos israelitas y un italiano empeñado en creer que yo le entendía si me hablaba despacio. Y allí estaba yo, frente al río que separaba México de Guatemala bajo un sol de justicia hablando en mi oxidado inglés con dos jóvenes que podían ser del Mossad intentando traducirles lo que me decía Antonio, el ya maduro profesor de arte de Florencia. Curiosa situación, pensé. 


En la frontera apenas hay seguridad, si te descuidas te pasas la aduana. En una especie oficina al estilo mexicano había dos oficiales que me sellaron el pasaporte amablemente después de pagar los pesos pertinentes. Después me subí a una lancha y un niño me llevó  al otro lado del rio donde aparentemente no hay absolutamente nada. De repente me acordé de una situación años atrás en la triple frontera de Brasil, Perú y Colombia. Cruzando el rio de madrugada sin saber muy bien que me iba a encontrar al otro lado. Pero aquí era de día y a pesar de que me sentía con menos luz que en Brasil pude distinguir unas palapas según nos acercábamos al punto de desembarque. Cambié moneda nada mas llegar al otro lado del rio a una señora que estaba en una especie de tiendecita con un refrigerador lleno de cocacolas, aguas y cervezas. La señora, chaparrita y morena, tenía un fajo de billetes de quetzales en una mano, no me quedó más remedio que aceptar su cambio, algo más alto que el oficial, puesto que era lo más fácil y práctico. Si quería llegar a un banco o casa de cambio necesitaba dinero para el transporte ya que estábamos a unas tres horas de la civilización. Estuvimos esperando unas dos horas sudando a chorro por la humedad a un autobús que finalmente nos dejaría en Flores previo paso por la aduana guatemalteca para sellar el pasaporte tras volver a pagar la correspondiente cuota (en quetzales). Elegimos un hotel que nos recomendaron los encargados de recogernos en suelo guatemalteco, limpio, económico y junto al malecón. Compartí habitación con el profesor de arte florentino de manera que resultó aún más barato. Después del atraco me entró la paranoia de no gastar así que no me importaban algunas incomodidades a cambio de ahorrar unos pesos… o quetzales… o euros… que lio con el cambio! 


Guatemala por fin. Objetivo cumplido. Me gustó especialmente la luz del atardecer en la isla de Flores. Un color no apreciado hasta entonces me hacía cosquillas en el pecho  mientras disfrutaba de la nueva sensación registrada por mi espíritu. No sé como hicieron los israelitas para entenderse con el guía que nos llevó en el “autobús” desde la frontera al hotel (pasando antes por varios cajeros automáticos porque el profesor italiano se empeñó en sacar dinero de su tarjeta de crédito aun sin acordarse de su pin porque no cambió suficiente con la señora de la tienda de refrescos) pero ese mismo día por la noche ya teníamos un poco de mota. Acepté fumar un rato antes de acostarme en la terraza del hotel que daba al lago mientras me embobaba con el reflejo de la luna en el agua y me desestresaba un tanto de la tensión acumulada por el estado de alerta post-atraco, pero no quise comprar nada. Solo me faltaba un capitulo al estilo de “Expreso de medianoche” en esos momentos. No, gracias. De madrugada salimos hacia las ruinas de Tical para ver el amanecer en las altas pirámides mayas. Impresionante, al igual que en Palenque disfruté de la hermosura de semejantes construcciones en medio de la selva. Los monos araña dejaban caer algunos mameis cuando nos veían pasar bajo los árboles. Una especie de mapache intentaba robar la comida a los turistas y los pájaros carpinteros se escondían cuando tratabas de fotografiarlos… Me embargó la nostalgia al acariciar un árbol de copal y oler la resina de su corteza… recuerdos del mas allá…


Regresando a Flores me comí unos tacos con Antonio, el italiano, en un parque un poco alejado del malecón, donde ya no había turistas y los precios eran más acordes con la realidad del país. Me acosté temprano no sin antes despedirme de mis compañeros de “transito”. A las 5 de la mañana me recogía de nuevo el autobús rumbo a la frontera con México. Llegamos de nuevo al lugar dónde salían las lanchas que cruzaban el río. Esta vez me acompañaba un joven guatemalteco que pretendía llegar a los Estados Unidos sin documentos. Tan solo llevaba un papel con una dirección… Me despedí de él deseándole suerte cuando ya nos encontrábamos al otro lado, en suelo mexicano. De nuevo en tierras de los lacandones. Llegué a Palenque hacia las dos de la tarde, me compré un Snickers en la terminal (momento Spiros) y me subí en otro autobús rumbo a Catemaco contenta de que esta vez todo había salido según lo planeado.


Una semana después dejé Catemaco. Un ciclo que termina y el viaje que continua. Llevo casi 4 meses en Aventurec, en el parque natural del río Filobobos, zona arqueológica Totonaca al norte de Veracruz. Cuando estuve el pasado mes de mayo, regresando del desierto de los Huicholes me encantó el lugar. Así que hablé con el patrón y llegamos a un buen acuerdo. Aventurec es un maravilloso rinconcito con olor a vainilla entre Tlapacoyan y Martinez de la Torre,  zona rica en frutas. Abundan las naranjas y los plátanos de todas las variedades, mameis, lichis, guayabas, guanábanas (por dios! Que fruta más extraña), jobo, pitayas, aguacates, carambolo, mangos, maracuyás… Hay infinidad de variedades de aves. Me gusta el entorno, dormir escuchando las chicharras y despertarme con las chachalacas me resulta agradable y me acompañan en mi silencio. Me gusta descender en balsa los rápidos del rio y nadar en las cascadas. Me gusta lanzarme en los 180 metros de tirolesa sobre cañas de bambú y árboles. Me embobo viendo a los colibríes libando las flores, o a las luciérnagas en las primeras horas de la noche. 


La gente viene a disfrutar a este pequeño campamento de “ecoturismo” de las actividades en contacto con la madre tierra, rafting en los ríos, tirolesas, temazcales, bici de montaña, caballos, rappel, escalada, caminatas, acampadas…
Trabajo a cambio de comida, alojamiento y una pequeña paga. Me gusta estar aquí porque durante el día o estoy ocupada con los aventureros, o bajando por un rápido en balsa, o lanzándome al vacio en la tirolesa, o cayéndome de un caballo … (un día voy a poder galopar en esa yegua…) Lo que implica que continuamente estoy presente en el momento, fluyendo con los acontecimientos del día que siempre son cambiantes e imprevisibles y no me permito perderme en la secuencia de pensamientos que suelen venir cuando empiezo a recordar el pasado o a dudar del futuro… El reto es aprender nuevas cosas, disfruto logrando hacer el nudo del ocho para rapelear, o podando los mulatos y los cedros. Nunca había ensillado a un caballo, ni había visto como les ponen las herraduras. Aprender a ir en Kayak también es emocionante, la técnica para dar el “rol” requiere mucha calma y confianza para desafiar al instinto de supervivencia cuando estás bajo el agua, la cabeza es lo último que debes sacar si quieres desvoltearte…


Mi mente está en un estado que, alejándome de él, puedo comparar con el estado en que me sentía mientras practicaba mis retiros de taichí y Aikido, fuera del mundo, desconectada de la realidad ordinaria y conectada a la vez a una especie de dulce trance profundo con sabor a una misma, creo que el presente hipnotiza. A veces siento que es como estar conduciendo y llegar de repente al paraíso de las rotondas. Hay que elegir, hay que decidir. Y cómo integrar eso en lo que mi querido primo Pablo llamaría “Slow Flow”? Quiero decir, cómo mantener la fluidez? Todas las rotondas tienen varias direcciones y yo me encuentro aquí por el simple placer de conducir… Creo que de repente soy fan de los semáforos! Pero en este entorno encuentro los momentos para poder escuchar y distinguir aquella voz que intento seguir desde que comencé esta aventura hace ya un año para seguir camino sin dar demasiadas vueltas. La idea es viajar hacia el sur, cruzar todo el continente trabajando mientras convivo y descubro nuevos sabores hasta llegar a la tierra de fuego y ver a los pingüinos mientras me tomo una taza de chocolate caliente. Objetivo que no tiene porqué ser inamovible por cierto, bien podría ser un mate… hay que ser flexible! No tengo planteado aun el desarrollo del proyecto. Ni siquiera he trazado una posible ruta en el mapa, ni siquiera sé cuántos países hay entre México y Argentina. Esa vocecilla interior que últimamente escucho me susurra al oído: Colombia… Quizás sea el próximo destino, pero no sé ni cómo, ni cuándo. Qué narices voy a hacer yo en Colombia? No conozco a nadie allí por dios! 


Esa vocecilla interior, la voz de mi loba interior ha hablado de nuevo. Y me ha susurrado la respuesta a una de las incógnitas por resolver. Los tiempos. “Después de la carrera”, ese ha sido el mensaje. Y es aquí se celebra cada año una carrera de Kayaks en enero por la conservación de los ríos Alseseca y Filobobos (los dos ríos que cruzan este parque natural) a la que asisten Kayakistas de todo el mundo. Este año se celebra el próximo 14 de enero. Mi instinto me dice que después de esa fecha debo empezar a pensar en moverme de aquí y seguir camino. …  Mi intención es dejar que las cosas vayan ocurriendo por si solas, mantenerme alerta para poder arriar la vela y estar preparada para cuando llegue la siguiente corriente de aire que me lleve a mi próximo destino. Sin expectativas concretas. Pero con toda la ilusión de seguir descubriendo los nuevos tesoros que me tenga preparada esta vida.

Imagen by Nur, 2011 

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