El viaje a Guatemala fue
corto pero intenso. Tuve que hacerlo en dos fases. En la primera llegué hasta
Palenque donde disfruté mucho visitando los antiguos templos mayas, pirámides
que sobresalen en la húmeda selva de Chiapas, mágico lugar. Mientras paseaba
recorriendo las diferentes pirámides del complejo arqueológico sentía como
estar frente a otra dimensión, como si allí mismo pero en otro plano, aquellos
pasadizos entre las construcciones estuvieran llenos de vida. Me alojé con mi
tienda de campaña en un bello lugar junto a la selva, donde cada mañana se
acercaban los saraguatos en sus manadas y podía observarlos en los grandes
árboles que rodeaban el campamento. Eran días de fuerte calor así que un
mediodía antes de continuar viaje hacia la frontera me acerqué hasta el rio
Nututum, pegado a Palenque, para refrescarme. Mientras estaba dándome un baño
dos encapuchados armados con machetes me atracaron y se llevaron todo lo que
tenía de valor. Como dice Fito, “hay caminos que hay que andar descalzos”.
Descalza me dejaron después del asalto, hasta los zapatos se llevaron los
pinches cabrones. Humillación, desconsuelo, rabia… Y aun así no me resigno a
caer en la parálisis del miedo. La sombra aprovecha cualquier descuido para
recordarnos que no somos nada, intenta mantenernos en el miedo. Pero la voz de
la justicia es difícil de callar, te mueve algo por dentro. Y así me sentí
después de que se llevarán todo mi dinero y todas mis cosas personales,
impotente, enrabiada, desconsolada. Y un torrente de “y si?” me desbordaba
mentalmente. Y si esto y si lo otro… si hubiera dejado las cosas en el coche,
si hubiera permanecido donde había gente, si aquello y si lo otro. Es fuerte la
inercia que te lleva a pensar en que todo nuestro alrededor es inseguro y
peligroso. El trabajo después de estos acontecimientos ha sido seguir
manteniendo las ganas y la ilusión de seguir avanzando en el camino incierto de
esta aventura. Lo siento como una vacuna, una vacuna contra el miedo. Y también
como un aviso, un mensaje de que debo estar alerta y presente, debo sentir y
escuchar mejor a mi instinto. Aquel que te avisa de las “malas vibras” en
ciertos momentos… Hay una chamana mazateca que dice que los malos espíritus
están a la vera de los ríos por la noche, en Palenque eran las 3 de la tarde,
quizás ahora los demonios hacen horas extras!
Tuve que regresar a
Catemaco para reponer las cosas imprescindibles y la confianza en mí misma.
Después de recibir por correo mi nueva tarjeta bancaria y tener de nuevo acceso
a mis pequeños ahorros partí de nuevo rumbo a la frontera guatemalteca. Volví a
Palenque, donde esta vez me alojé en el hotel de un contacto. A la mañana
siguiente me apunté a un Tour organizado para cruzar la frontera y visitar la zona
arqueológica maya de Tical. Me recogió una furgoneta en el hotel a las 4 de la
mañana para partir hacia terreno de los Lacandones. Mis compañeros de viaje
eran dos israelitas y un italiano empeñado en creer que yo le entendía si me
hablaba despacio. Y allí estaba yo, frente al río que separaba México de
Guatemala bajo un sol de justicia hablando en mi oxidado inglés con dos jóvenes
que podían ser del Mossad intentando traducirles lo que me decía Antonio, el ya
maduro profesor de arte de Florencia. Curiosa situación, pensé.
En la frontera apenas
hay seguridad, si te descuidas te pasas la aduana. En una especie oficina al estilo
mexicano había dos oficiales que me sellaron el pasaporte amablemente después
de pagar los pesos pertinentes. Después me subí a una lancha y un niño me llevó
al otro lado del rio donde aparentemente
no hay absolutamente nada. De repente me acordé de una situación años atrás en
la triple frontera de Brasil, Perú y Colombia. Cruzando el rio de madrugada sin
saber muy bien que me iba a encontrar al otro lado. Pero aquí era de día y a
pesar de que me sentía con menos luz que en Brasil pude distinguir unas palapas
según nos acercábamos al punto de desembarque. Cambié moneda nada mas llegar al
otro lado del rio a una señora que estaba en una especie de tiendecita con un
refrigerador lleno de cocacolas, aguas y cervezas. La señora, chaparrita y
morena, tenía un fajo de billetes de quetzales en una mano, no me quedó más
remedio que aceptar su cambio, algo más alto que el oficial, puesto que era lo
más fácil y práctico. Si quería llegar a un banco o casa de cambio necesitaba
dinero para el transporte ya que estábamos a unas tres horas de la
civilización. Estuvimos esperando unas dos horas sudando a chorro por la
humedad a un autobús que finalmente nos dejaría en Flores previo paso por la aduana
guatemalteca para sellar el pasaporte tras volver a pagar la correspondiente
cuota (en quetzales). Elegimos un hotel que nos recomendaron los encargados de
recogernos en suelo guatemalteco, limpio, económico y junto al malecón.
Compartí habitación con el profesor de arte florentino de manera que resultó
aún más barato. Después del atraco me entró la paranoia de no gastar así que no
me importaban algunas incomodidades a cambio de ahorrar unos pesos… o
quetzales… o euros… que lio con el cambio!
Guatemala por fin.
Objetivo cumplido. Me gustó especialmente la luz del atardecer en la isla de
Flores. Un color no apreciado hasta entonces me hacía cosquillas en el
pecho mientras disfrutaba de la nueva
sensación registrada por mi espíritu. No sé como hicieron los israelitas para
entenderse con el guía que nos llevó en el “autobús” desde la frontera al hotel
(pasando antes por varios cajeros automáticos porque el profesor italiano se
empeñó en sacar dinero de su tarjeta de crédito aun sin acordarse de su pin
porque no cambió suficiente con la señora de la tienda de refrescos) pero ese
mismo día por la noche ya teníamos un poco de mota. Acepté fumar un rato antes
de acostarme en la terraza del hotel que daba al lago mientras me embobaba con
el reflejo de la luna en el agua y me desestresaba un tanto de la tensión
acumulada por el estado de alerta post-atraco, pero no quise comprar nada. Solo
me faltaba un capitulo al estilo de “Expreso de medianoche” en esos momentos.
No, gracias. De madrugada salimos hacia las ruinas de Tical para ver el
amanecer en las altas pirámides mayas. Impresionante, al igual que en Palenque
disfruté de la hermosura de semejantes construcciones en medio de la selva. Los
monos araña dejaban caer algunos mameis cuando nos veían pasar bajo los
árboles. Una especie de mapache intentaba robar la comida a los turistas y los
pájaros carpinteros se escondían cuando tratabas de fotografiarlos… Me embargó
la nostalgia al acariciar un árbol de copal y oler la resina de su corteza…
recuerdos del mas allá…
Regresando a Flores me
comí unos tacos con Antonio, el italiano, en un parque un poco alejado del
malecón, donde ya no había turistas y los precios eran más acordes con la
realidad del país. Me acosté temprano no sin antes despedirme de mis compañeros
de “transito”. A las 5 de la mañana me recogía de nuevo el autobús rumbo a la
frontera con México. Llegamos de nuevo al lugar dónde salían las lanchas que
cruzaban el río. Esta vez me acompañaba un joven guatemalteco que pretendía
llegar a los Estados Unidos sin documentos. Tan solo llevaba un papel con una
dirección… Me despedí de él deseándole suerte cuando ya nos encontrábamos al
otro lado, en suelo mexicano. De nuevo en tierras de los lacandones. Llegué a
Palenque hacia las dos de la tarde, me compré un Snickers en la terminal (momento
Spiros) y me subí en otro autobús
rumbo a Catemaco contenta de que esta vez todo había salido según lo planeado.
Una semana después dejé
Catemaco. Un ciclo que termina y el viaje que continua. Llevo casi 4 meses en
Aventurec, en el parque natural del río
Filobobos, zona arqueológica Totonaca al norte de Veracruz. Cuando estuve el
pasado mes de mayo, regresando del desierto de los Huicholes me encantó el
lugar. Así que hablé con el patrón y llegamos a un buen acuerdo. Aventurec es
un maravilloso rinconcito con olor a vainilla entre Tlapacoyan y Martinez de la
Torre, zona rica en frutas. Abundan las
naranjas y los plátanos de todas las variedades, mameis, lichis, guayabas,
guanábanas (por dios! Que fruta más extraña), jobo, pitayas, aguacates,
carambolo, mangos, maracuyás… Hay infinidad de variedades de aves. Me gusta el
entorno, dormir escuchando las chicharras y despertarme con las chachalacas me
resulta agradable y me acompañan en mi silencio. Me gusta descender en balsa
los rápidos del rio y nadar en las cascadas. Me gusta lanzarme en los 180
metros de tirolesa sobre cañas de bambú y árboles. Me embobo viendo a los colibríes
libando las flores, o a las luciérnagas en las primeras horas de la noche.
La gente viene a
disfrutar a este pequeño campamento de “ecoturismo” de las actividades en
contacto con la madre tierra, rafting en los ríos, tirolesas, temazcales, bici de
montaña, caballos, rappel, escalada, caminatas, acampadas…
Trabajo a cambio de
comida, alojamiento y una pequeña paga. Me gusta estar aquí porque durante el
día o estoy ocupada con los aventureros, o bajando por un rápido en balsa, o
lanzándome al vacio en la tirolesa, o cayéndome de un caballo … (un día voy a
poder galopar en esa yegua…) Lo que implica que continuamente estoy presente en
el momento, fluyendo con los acontecimientos del día que siempre son cambiantes
e imprevisibles y no me permito perderme en la secuencia de pensamientos que
suelen venir cuando empiezo a recordar el pasado o a dudar del futuro… El reto
es aprender nuevas cosas, disfruto logrando hacer el nudo del ocho para
rapelear, o podando los mulatos y los cedros. Nunca había ensillado a un
caballo, ni había visto como les ponen las herraduras. Aprender a ir en Kayak
también es emocionante, la técnica para dar el “rol” requiere mucha calma y
confianza para desafiar al instinto de supervivencia cuando estás bajo el agua,
la cabeza es lo último que debes sacar si quieres desvoltearte…
Mi mente está en un
estado que, alejándome de él, puedo comparar con el estado en que me sentía
mientras practicaba mis retiros de taichí y Aikido, fuera del mundo,
desconectada de la realidad ordinaria y conectada a la vez a una especie de
dulce trance profundo con sabor a una misma, creo que el presente hipnotiza. A
veces siento que es como estar conduciendo y llegar de repente al paraíso de
las rotondas. Hay que elegir, hay que decidir. Y cómo integrar eso en lo que mi
querido primo Pablo llamaría “Slow Flow”? Quiero decir, cómo mantener la
fluidez? Todas las rotondas tienen varias direcciones y yo me encuentro aquí
por el simple placer de conducir… Creo que de repente soy fan de los semáforos!
Pero en este entorno encuentro los momentos para poder escuchar y distinguir
aquella voz que intento seguir desde que comencé esta aventura hace ya un año
para seguir camino sin dar demasiadas vueltas. La idea es viajar hacia el sur,
cruzar todo el continente trabajando mientras convivo y descubro nuevos sabores
hasta llegar a la tierra de fuego y ver a los pingüinos mientras me tomo una
taza de chocolate caliente. Objetivo que no tiene porqué ser inamovible por
cierto, bien podría ser un mate… hay que ser flexible! No tengo planteado aun
el desarrollo del proyecto. Ni siquiera he trazado una posible ruta en el mapa,
ni siquiera sé cuántos países hay entre México y Argentina. Esa vocecilla
interior que últimamente escucho me susurra al oído: Colombia… Quizás
sea el próximo destino, pero no sé ni cómo, ni cuándo. Qué narices voy a hacer
yo en Colombia? No conozco a nadie allí por dios!
Esa vocecilla interior,
la voz de mi loba interior ha hablado de nuevo. Y me ha susurrado la respuesta
a una de las incógnitas por resolver. Los tiempos. “Después de la carrera”,
ese ha sido el mensaje. Y es aquí se celebra cada año una carrera de Kayaks en
enero por la conservación de los ríos Alseseca y Filobobos (los dos ríos que
cruzan este parque natural) a la que asisten Kayakistas de todo el mundo. Este
año se celebra el próximo 14 de enero. Mi instinto me dice que después de esa
fecha debo empezar a pensar en moverme de aquí y seguir camino. … Mi
intención es dejar que las cosas vayan ocurriendo por si solas, mantenerme
alerta para poder arriar la vela y estar preparada para cuando llegue la
siguiente corriente de aire que me lleve a mi próximo destino. Sin expectativas
concretas. Pero con toda la ilusión de seguir descubriendo los nuevos tesoros
que me tenga preparada esta vida.
Imagen by Nur, 2011
Imagen by Nur, 2011