martes, 10 de mayo de 2011

Wiricuta 2011


Que te voy a decir, si yo acabo de llegar
Si esto es como el mar, quién conoce alguna esquina
Dejadme nacer, que me tengo que inventar
Para hacerme ver, empecé por las espinas…

(Fito&Fitipaldis)

Cuando conocí a Arturo sentí que había llegado el momento de viajar al desierto. En otras ocasiones, mientras viajaba por el interior de este extenso país, había estado cerca del sagrado territorio Huichol. Pero entonces mi instinto me dijo que no tocaba, no sin la preparación y el guía adecuados. Pero llegado el momento las cosas se precipitan por si solas y a los pocos días de nuestro encuentro con Arturo partíamos hacía Matehuala con la mochila cargada de ilusión, respeto y algún que otro miedo. Según recorríamos las variables y maltrechas carreteras del estado de Veracruz y nos acercábamos a nuestro destino las emociones se hacían más fuertes y cambiantes. Sentía cómo se removía mi interior y tenía que hacer un esfuerzo por mantenerme relajada y poder fluir con lo que iba llegando.

Pasamos por la costa del golfo, aun en el estado de Veracruz, a darnos un buen baño en la playa de La Mancha y recoger un poco de agua de mar para llevar como ofrenda al territorio Huichol. Según avanzábamos hacía el norte y cruzábamos el trópico de cáncer el paisaje y el aire cambiaban casi sin darte cuenta. En tres días llegamos a Matehuala, el último núcleo de población importante antes de nuestra entrada al desierto. Allí compramos víveres para los próximos cinco días y algunas ofrendas más. Adquirimos unos sombreros, frijoles, maíz, tortillas, arroz, lentejas, algo de pan, café, un poco de fruta y pequeñas cosas que íbamos a necesitar. Ese día visitamos Real de Catorce, un pueblo mágico en lo alto de las montañas de Wiricuta, al que hay que entrar por un túnel excavado en la roca pues antiguamente era una mina de la que los antiguos conquistadores extraían oro de aquellos peñascos.


Pasamos nuestra última noche en Estación Catorce, puerta de entrada al desierto, en una antigua hacienda remodelada para dar alojamiento a los viajeros y buscadores que allí llegaban. Esa madrugada el peyote apareció en mis sueños, estaba inquieta y expectante, ya podía sentir la energía de aquel potente lugar. Por la mañana me desperté con una extraña calma para lo cerca que estaba por fin de cruzar la puerta del desierto, cargamos el agua y algunos costales de leña en Estación Wadley, nos subimos al jeep de Oscar y nos dirigimos hacia el valle de las ánimas, en pleno Wiricuta. Desde la parte de atrás de la camioneta podía ver la imponente silueta del Cerro del Quemado. El Cerro del Quemado en Wiricuta es el destino de la larga ruta sagrada de los Huicholes desde Nayarit y Jalisco. Esa es la ruta de los Huicholes. Ahí está la puerta de la reserva Wiricuta. Y es que puede parecer que la entrada al desierto se puede realizar desde muchos lugares, pero en realidad la puerta es pequeña…


Durante más de 2000 años, ha sido la ruta de las peregrinaciones de los Huicholes y sus ancestros. Ahí, sus antepasados han agradecido la vida y han rezado por todos. En esa tierra, muchos han reconocido su miedo y su amor. Esa tierra les ha enseñado a caminar por la vida con atención. A casi todos, les ha abierto el corazón. Ahí, han aprendido a rezar, a cantar, y han entendido la importancia de ofrendar. Han constatado, que por larga que parezca la noche, y por pesada que parezca nuestra propia oscuridad… con el canto y con el rezo… llega el amanecer…nuestro propio amanecer….El de nuestro corazón que recibe una nueva oportunidad … el que ama el nacer…El que ama nacer junto con el sol!


Llegamos al valle de las ánimas después de un trayecto no demasiado largo a través de los laberínticos caminos del desierto. Instalamos nuestro campamento bajo la sombra de un par de mezquites, árbol de corta estatura y torcido. En esta época del año los mezquites están floreando por lo que el precio de descansar bajo su sombra es tener que soportar la infinidad de insectos que lo rodean. Las pequeñas mosquitas buscan cualquier gota de humedad por lo que tratan de meterse en los ojos, la nariz, las orejas y la boca. No conseguí acostumbrarme a ellas a pesar de los consejos zen de Arturo con respecto a la actitud que tomar ante tan molesta situación, así que me hice de un palo a modo de abanico para mantenerlos a raya y lejos de mi cara todo lo posible. Despejamos el lugar de excrementos de animales, barrimos el suelo con una improvisada escoba que Arturo construyó con algunas ramas de gobernadoras y un trozo de cuerda, montamos las tiendas, reconstruimos los círculos de protección de piedra alrededor de ellas y preparamos un buen fuego para la cena. Esa misma tarde iniciamos nuestra primera caminata después de pedir permiso a los guardianes del lugar sagrado para que las cascabeles y escorpiones se mantuvieran alejados de nosotros.


El paisaje del desierto no es como una se imagina. No es el típico desierto lleno de dunas de arena y apenas sin vida. Wiricuta late con los rayos del sol y el sereno de la noche, tiene bastante vegetación baja, sobre todo unas plantitas que llaman “gobernadoras”, plantas medicinales que los habitantes de la región del altiplano han utilizado durante miles de años como parte de la medicina tradicional para combatir cálculos renales, problemas de riñones e inflamaciones de la vejiga..., también habitan el palo fierro, el palo verde, el mezquite, el torote y algunas especies de palmeras. Además, cómo no, está lleno de cactus, lo que te obliga a mirar continuamente dónde pisas si no quieres salir espinado. El sahuaro, el cardón, la senita, la pitahaya, la biznaga y el nopal son cactus muy especiales. Hay unos cactus que les llaman “perrillos” porque parece que se lancen a morderte los pies. Se esconden tras otros arbustos y si al pasar los rozas se clavan en tus botas y pueden incluso atravesarlas. Son difíciles de quitar, se insertan en todo lo que tocan!

Cuando regresamos al campamento el sol estaba ya muy bajo y las moscas habían desaparecido, lo cual fue un alivio. Preparamos algo de cenar y lo compartimos junto al abuelito fuego. Cuando llegó la noche me sorprendió el bajón de temperatura. Después del húmedo e intenso calor de Veracruz no estaba preparada para semejante frio. A pesar de haber una gran luna se podía distinguir perfectamente el mapa celeste, disfruté un buen rato de la visión del cielo estrellado y el silencio de la noche del desierto. Cuando ya estaba tiritando de frio me metí en mi tienda y coloqué unos cartones y una cobija bajo mi saco de dormir. El suelo del desierto es bien duro, con el paso de los días descubrí que el truco para no quedarte entumecida era rodar durante la noche, no quedarse demasiado tiempo en la misma posición y así conseguías poder ponerte de pie por la mañana sin demasiado problemas. Después de comprobar con mi frontal que ningún habitante se había colado en el interior de la tienda me metí en el saco, me tapé con mi manta polar y me dormí con imágenes del desierto y el venado azul flotando en mi mente.

Por la mañana el calor me sacó de la tienda a primera hora y tuve que enfrentarme de nuevo a los molestos insectos. El sol aprieta mucho, sin embargo no sudas, todo se reseca. La piel de los labios se agrieta y se hacen heridas en la nariz de tanta sequedad. Ir al baño implica llevarse el machete y el palo, alejarse un poco del campamento, buscar un sitio despejado de espinas y animalillos, hacer un agujero en el suelo con el machete y taparlo después. De todas formas aunque bebes mucha agua apenas “evacuas”, parece que el cuerpo no quiera dejar escapar ni una gota de humedad.


Después de un ligero desayuno, llenamos de agua nuestras cantimploras, me puse bastante protector solar para no quemarme, dejamos la olla al fuego con unos frijoles y nos fuimos de cacería. El peyote (hícuri) es un cactus que se esconde normalmente a la sombra de las gobernadoras. No resulta fácil encontrarlo. Hay que llamarlo, hablarle con el corazón para que salte y lo puedas ver. Es él quien se muestra si te considera digno y limpio de espíritu. Arturo nos guiaba por los valles sagrados y nos iba dando puntos de referencia para no extraviarnos y realizar la caminata por etapas, siempre descansando en alguna sombra de las palmeras más grandes. Perderse en el desierto es muy fácil, se han encontrado restos de cazadores que han sucumbido bajo el potente sol de Wiricuta. El viento cambia constantemente de dirección y una nube puede taparte tu punto de referencia en los cerros, el paisaje parece idéntico en todas direcciones y al cabo de unas pocas horas es fácil perder la orientación si no vas con alguien experimentado.


Y allí me encontraba yo. Con mi sombrero bajo el pesado sol de Wiricuta caminando con mi palo en una mano y llamando al jicurito para que se mostrara. El hecho de hablar y llamarlo mientras caminas también ayuda a que las serpientes se mantengan alejadas. Los huicholes identifican al peyote con el venado azul y con el maíz. La cacería resulta emocionante. Puedes estar horas buscando y no ver nada y luego pasas por el mismo sitio de nuevo y empiezas a verlos! Cuando por fin el venadito se decidió a saltar los veía por todas partes. La caza también tiene su propio ritual. Tal y como hacen los Huicholes cuando encuentras el preciado cactus y has comprobado que ningún animalillo está cerca, se ha de cortar con un cuchillo que no sea metálico sino algo natural para no dañar la madre del cactus que permanece enterrada. Arturo nos preparó uno hecho de una ramita de gobernadora, tras pedirle permiso para cortarla. Después de cortar el Jicurito bajo sus detalladas explicaciones se ha de tapar la madre, regarla con unas gotas de agua y dejarle unos granitos de maíz como ofrenda. Solo así el próximo año allí donde has cortado uno aparecerán dos nuevos y hermosos peyotitos. Según cómo estén situados los peyotes es todo un reto no salir con la mano llena de espinas.


Regresamos al campamento con nuestros paliacates bien llenos y sin una reserva de agua. Los fríjoles seguían al fuego, después de unas horas seguían duros así que decidimos cocinar un poco de arroz con una cebolla hervida. Después de quitarnos algunas espinas de las manos y las piernas nos dispusimos a limpiar los jícuris mientras Arturo templaba su tambor junto al fuego y nos prepararnos para nuestra primera ceremonia de iniciación que comenzó al caer el sol. Fue una noche mágica.

Permanecíamos tumbados dentro del círculo de piedras mientras Arturo hacía sonar su tambor con ritmos aztecas y su vibración me recorría todo el cuerpo. Sus cantos me parecieron mágicos y me traían imágenes de antiguos pueblos indios cantando junto al fuego. El Jícuri apareció enseguida, se me presentó como hermano de la Ayahuasca y me dijo que permaneciera tranquila, que ya me había preparado para estar allí y ahora debía dejarlo hacer. En un abrir y cerrar de ojos me elevo en el cielo estrellado mientras mi cuerpo permanecía tumbado junto a los demás. Me enseño su tierra, el lugar de donde proviene y allí donde miraba todo se transformaba en Jícuri, los árboles, el suelo, las estrellas, la noche, la luna, todo era lo mismo…el cactus sagrado. Su poder me resultó familiar y pensé que la ayahuasca había estado preparándome todo este tiempo para poder realizar este viaje. A diferencia de la ayahuasca me sorprendió su facilidad para sacarte del cuerpo, el “tránsito” es menos convulsivo y es más difícil oponer resistencia. También me pareció mas complicado el diálogo y la comprensión de las imágenes, supongo que por falta de experiencia. Las imágenes son de unos colores brillantes de esos que solo puedes ver cuando estás en otro plano de conciencia, todo está conectado y parece que puedas abrazar la luna y las estrellas. Me sentía fuerte y con la energía renovada con el paso de las horas. Puedo decir que el peyote me trató bien, con cariño y respeto lo cual me ayudó a relajarme durante el vuelo. La noche estaba bien clara y apenas sentía el frio bajo la cobija. Mi parte de loba salvaje se sintió complacida al poder escuchar el aullido de los coyotes no muy lejos de nosotros. Cuentan que en algunas ceremonias puedes verlos jugar unos con otros, fuera del círculo de piedras, pero como era semana santa no éramos los únicos acampados en aquel valle por lo que las manadas de coyotes mantenían las distancias.

Al día siguiente fuimos de caminata al cerro del Bernalejo, centro ritual a donde acuden los Huicholes a dejar sus ofrendas y agradecer a los espíritus el éxito en las cacerías. Depositamos nuestras ofrendas porque para recibir también hay que dar. La caminata fue de unos 15 Kilómetros que bajo ese sol es como caminar 50. Aunque tengo la sensación de que la verdadera ofrenda fue permanecer en el desierto los cinco días que estuvimos. Esa es la gran prueba, donde Wiricuta te exige y te pone al límite tanto físico como emocional. Como ocurre en la selva lo que mas se escucha en el desierto es a uno mismo y solo los guerreros preparados pueden superar esa dura prueba.

Nos despedimos de Wiricuta agotados pero felices por haber superado la experiencia sin ningún percance. Una buena ducha después de 5 días de solo aclararse las manos resulta un gran regalo. Para terminar el viaje nos fuimos a unas cabañas cerca del rio Filobobos el cual descendimos haciendo rafting. Ceremonia de Temazcal de despedida y regreso a Catemaco.


Próximo viaje, Guatemala pasando por la selva de Chiapas….

Imagen by Nur

9 comentarios:

Jurema dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Anónimo dijo...

Una experiencia....sorprendente, por lo menos para mi, parece realmente que hayas viajado atras en el tiempo para poder alcanzar esa magia.....me encanta como lo describes, aunque haya muchísimo mas, lo narrado y como lo viviste es una maravilla.
No creo que yo pudiera estar preparada para este viaje, la verdad, no me siento tan guerrera...mi guerra es la del dia a dia aunque suene mucho mas aburrido.....besitos, kisses

Rorura dijo...

Querida Nuria, te felicito por todas esas experiencias vividas cargadas de un fuerte deseo de encontra un mejor y mayor VERDAD para tu vida. Yo espero también terminar este viaje en México, es como algo que empecé hace mucho tiempo. La imagen mental de estos días para mí es realmente de pasar por un desierto, pero bueno la meta está clara y pasaremos. Aunque no te escriba mucho, me acuerdo bastante de tí, y hoy que tenía un ratitio me dijo que no pasaba, ya sabes que la distancia no importa para mantener el contacto entre la gente que se quiere. muchos besos para tí, para Charo y demás compañeros. Ro

Nur dijo...

Ro, gracias por tus palabras, pero disculpame, recuérdame quien eres!
Un abrazo!

Ana dijo...

Gracias, Nur:

Es una delicia poder compartir contigo algunas de las imágenes que ya son parte de ti.

Un fuerte abrazo, con cariño

Ana

Anónimo dijo...

La verdad esta en ti misma, y escogas el camino que escogas siempre estara ahi. Me parece fantastico cualquier cosa que te ayude a llegar hasta ella. No pierdas nunca ese amor y esa chispa que hay en tu corazón. Te quiero.
Joan.

Anónimo dijo...

Gracias por compartir esa experiencia tan privilegiada y tan mágica, me he emocionado mucho leyendo el relato. Un abrazo muy fuerte y una sonrisa!
Laura

monize dijo...

Hello, thank you very much for sharing. I don't speak Spanish and rely on Google translate but still really enjoyed your story. Can you explain to me what Jicurito is? Star people or spirit?

monize dijo...

Ah, after some searching...it seems to be Peyote :D

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