martes, 16 de octubre de 2007

Buenos dias


La escena de la puesta de Sol ha atraído a los seres humanos de todas las épocas y latitudes. Por una parte, el evento crepuscular se produce en una hora del día en la que estamos aquietados, en la que las fuerzas masculinas se encuentran en estado de equilibrio con las femeninas, lo que nos hace más receptivos y proclives a la “contemplación”. Por otra parte, al estar en una ribera contemplando cómo el carro de fuego se hunde en el mar – aquellos que tenemos al océano en el ocaso - nos estamos contemplando a nosotros mismos en toda nuestra dimensión: la tierra (el cuerpo físico), el agua (nuestro sentir emocional), el aire (el mundo mental), todo eso atravesado por el fuego de la consciencia solar. Así pues, por más veces que la veamos, siempre nos conmueve íntimamente con su esencialidad arquetípica. En cada ocaso, el “Espíritu de Dios” vuelve a moverse “sobre la faz de las aguas.”
María Maya

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