Tus pupilas azules, tus entornados párpados,
encubren un fulgor de confusas traiciones.
La emanación violenta, maligna de esas rosas
me embriaga como vino donde duermen venenos.
A la hora en que danzan, dementes, las luciérnagas,
y asoma a nuestros ojos el brillo del deseo.
En vano me repites las palabras de halago,
y te odio y te amo abominablemente.
Renée Vivien
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