lunes, 24 de noviembre de 2008

El monje de las tres quejas


Un joven monje se unió a una orden que requería silencio total. El abad, a voluntad podía permitir a cualquier monje que hablara. Pasaron casi cinco años antes de que el abad se acercara al monje principiante y le dijera:

-Puedes decir dos palabras.

Tras escoger sus palabras cuidadosamente, el moje dijo:

-Cama dura.

Con verdadera preocupación, el abad dijo:

-Lamento que tu cama sea incómoda. Veremos si podemos conseguirte otra.

Por su décimo año en el monasterio, el abad se acercó al joven monje y le dijo:

-Puedes decir dos palabras más:

-Comida fría-dijo el monje.

-Veremos que podemos hacer-contestó el abad.

En el decimoquinto aniversario del monje, el abad volvió a decirle:

-Ahora puedes decir dos palabras.

-Yo renuncio-dijo el monje.

-Probablemente sea lo mejor-respondió el abad-.No has hecho más que quejarte desde que llegaste aquí.

Equivocadamente se prefiere a veces “lo malo conocido a lo bueno por conocer”, pero uno no deja de quejarse de lo mal que vive, del daño que le hacen, de la mala suerte… Detrás de cada queja se esconde un miedo a lo nuevo, un miedo a fracasar. El antídoto para las quejas es el cambio, la transformación… y siempre de dentro a fuera...

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