lunes, 10 de marzo de 2008

El salto...





Pum pum, pum pum… Mi corazón latía con fuerza mientras Daniel me colocaba el arnés. Escuchaba sus explicaciones con mucha atención. Su acento brasileño era muy agradable y familiar. Tenía la piel tostada y un aire de libertad que no puedo describir. Por mi cabeza pasaron imágenes del río amazonas y su selva, casi tan verde como sus ojos. Le sonreí, ya tenia toda mi confianza. Al fin y al cabo estaba a punto de poner mi vida en sus manos. La posición que me explicaba me pareció fácil de realizar, recé para que no me diera una rampa en el momento definitivo. Con el arnés ya colocado y la adrenalina subiendo por momentos nos dirigimos rápidamente y sin mirar atrás hacia el avión.

El sonido de las turbinas del avión empujando con fuerza el aire me obligó a dirigirme a la puerta de entrada con fuerza y determinación. Subí aquella pequeña escalera sabiendo que ya no había vuelta atrás.
Me senté hacia la mitad del avión, con una visión perfecta de la puerta, donde justo enfrente estaba Ricardo, le reconocí cuando me saludaba con una sonrisa nerviosa. Daniel me ató el cinturón de seguridad y se sentó frente a mí. Volvió a recordarme la posición que debía adoptar, la espalda arqueada hacia atrás y mis piernas entre las suyas. Sonreía mientras me recordaba que estábamos a punto de volar. Eli y su instructor entraron y se sentaron a nuestro lado. Podía sentir toda la sangre corriendo por mis venas mientras mi corazón la bombeaba con fuerza una y otra vez.

Tenía el estómago encogido cuando el avión inició el despegue. Daniel seguía mirándome con sus ojos verdes mientras no dejaba de hablarme y darme ánimos. Eli estaba pálida y me pregunté si yo también lo estaría. El avión subía y subía mientras Ricardo no apartaba la vista de la puerta. A unos 1500 metros la puerta se abrió por primera vez impulsando un chorro de aire fresco hacia el interior. Un chico joven esperó agachado frente al abismo el momento adecuado para impulsarse hacía adelante y desaparecer de nuestra vista. Ya podía sentir la adrenalina a tope. Seguimos subiendo. Podía ver desde la ventanilla cómo nos alejábamos del suelo. El paisaje no estaba nada mal, ya se veía el mediterráneo. Daniel me pide que me siente en sus rodillas y comienza a atar mi arnés al suyo, se acerca el momento. Empiezo a sentir una sensación familiar, como cuando la planta ya está en tu interior y sabes que va a empezar a subir irremediablemente. El cuerpo se pone en alerta y se prepara. Traté de respirar lenta y profundamente para no marearme. Estaba emocionada. No quería esperar más. Se me hizo eterno el momento de llegar a 4000 metros.

Ya estábamos arriba. Me sentía eufórica. El primero en salir sería Ricardo. Lo vi colgado de su instructor en la posición que nos habían indicado con los ojos muy abiertos. El aire y el sonido de los motores se hacían mas presentes con la puerta abierta. El instructor se asomó y en un segundo desapareció por la puerta con Ricardo. Me pareció impresionante, joder, joder… que ahora voy yo… Estaba nerviosa pero me sentía decidida a disfrutar de aquello y no quería perderme ni un solo detalle, ni una sola sensación. Me coloqué las gafas, respiré hondo una vez mas antes de dirigirme agachada hacia la puerta con Daniel pegado a mi espalda. “Ahora Núria, ponte en posición” me dijo. Levanté los pies del suelo y arqueé la espalda hacia atrás, al levantar la cabeza podía ver el ala del avión. Crucé los brazos y me agarré al arnés con fuerza. Puse mis piernas entre las suyas levantándolas todo lo que podía, mientras Daniel sujetaba mi peso. Podía sentir el aire en mi cara, miré hacia abajo. Dios mío! pensé, joder, veo pasar las nubes!

Lo siguiente que sentí fue que algo me impulsaba hacía adelante y se me cortó la respiración. No pude evitar cerrar los ojos, como cuando sientes que algo se te va a caer encima. Pero esta vez la que caía era yo. La sensación de caída es tremenda, como cuando te despiertas de un sobresalto por la noche porque sueñas que caes al vacío, pero claro, esta vez de verdad. Como si me hubiera dejado el estómago en el avión. Conecté con la sensación de túnel ya tan conocida, pero esta vez sin presión, sin miedo. Debieron pasar unos 5 segundos en los que pensé que si esa sensación continuaba así iba a reventar. Entonces todo cambió. La sensación de caída desapareció y abrí los ojos inmediatamente. Lo primero que vi fue la ventisca sobre las manos morenas de Daniel, frente a mi cara. Un granizo pequeñito me rozaba la piel. Puse la consciencia en la respiración, me di cuenta que respiraba entrecortadamente y demasiado rápido por la boca. Traté de respirar calmadamente por la nariz, sonreí al comprobar que podía hacerlo perfectamente. Entonces me relajé.

Sentí que Daniel me golpeaba tres veces en el hombro. Esa era la señal para soltar mis manos del arnés y abrir los brazos en 90 grados. Así lo hice. QUE FUERTE. INCREIBLE. JODER ESTABA VOLANDO!!. No daba crédito, era demasiado espectacular. Sentía el sonido del aire silbándome en los oídos, era ensordecedor, podía mirar en todas direcciones. No tenía que hacer nada para mantener la postura, allí arriba parecía la posición natural, el aire te envolvía. La costa era como si miraras un mapa. Podía ver la tierra y el mar con toda su gama de colores. Los detalles se iban haciendo cada vez más nítidos. Sentía la adrenalina explotar en mi interior. Era una sensación de gozo absoluto. Es una emoción difícil de explicar que me hizo conectar con la esencia del comportamiento humano y con el poder de nuestra querida madre tierra. Cuando mas estaba disfrutando de mis propias sensaciones atravesando el aire a unos 200 kilómetros por hora noté como Daniel volvía a golpearme el hombro. Era la señal para que de nuevo volviera a sujetarme al arnés. Me costó un poco poner la consciencia en el sentido del tacto para poder encontrar dónde agarrarme.

Cuando por fin lo conseguí sentí un leve estirón que hizo que mi cuerpo dejara la posición de vuelo y adoptara una nueva postura, vertical, con las piernas colgando. Y de repente me encontré flotando en el silencio más absoluto. Fue un instante maravilloso que me llenó de una especie de sensación de paz. La emoción era inmensa, me caían las lágrimas. Podía oír el aire entrando en mis pulmones. Entonces oí a Daniel felicitándome mientras dirigía con habilidad el paracaídas hacia un lado y otro para poder disfrutar de las vistas. Me quité las gafas, llené de aire mis pulmones y lo solté con fuerza gritándole agradecida al cielo, soltando tensión. Podía notar el temblor en las piernas debido a la emoción acumulada. El suelo estaba cada vez mas cerca. Daniel iba dándome las últimas explicaciones de cómo tomar tierra. Desde que saltamos del avión debían haber pasado unos 4 o 5 minutos. Los 4 o 5 minutos más cortos de toda mi vida. Antes de tocar suelo ya sabía que deseaba repetirlo. Cuando Daniel me lo indicó levanté las piernas hacia arriba y aterrizamos suavemente. Me soltó de su arnés y nos abrazamos sonriendo. Ahora podía entender mejor su sonrisa y ese aire que le envolvía…

Imagen by Nur

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Nur..yo quiero experimentar eso :-)
Besos. Me encantoooooo
Jimena

Anónimo dijo...

Nur
Yo en esta experiencia no te acompaño
besos
Amai

Alejandro dijo...

Vaya! he saltado contigo , me has transmitido toda la emoción , puf.Relato intenso y experiencia increible que algún día quiza realice. Enhorabuena!!

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