En medio del camino de la vida,
me desperté encontrándome solo en un oscuro bosque.
Dante Alighieri
¿Qué es lo conduce a una persona al camino espiritual? Hasta donde podemos recordar, todos podemos sentir un misterio en el hecho de estar vivos. Cuando se nos presenta un niño en los primeros momentos posteriores al nacimiento, o cuando la muerte de un ser querido nos golpea de cerca, el misterio se vuelve tangible. Está ahí cuando somos testigos de una radiante puesta de sol o encontramos un momento de silenciosa paz en las cambiantes estaciones de nuestros días. Comunicarnos con lo sagrado constituye quizás nuestro anhelo y necesidad más profunda.
El despertar nos llama de mil formas. Como canta el poeta Rumi: “La uva quiere convertirse en vino.” Existe una inclinación a la totalidad, a estar plenamente vivos, incluso cuando nos olvidamos. Los hindúes dicen que el niño canta en el seno de la madre: “No me hagáis olvidar lo que soy.” Pero dicha canción, tras el nacimiento se convierte en: “ Oh, ya lo he olvidado.”
A lo largo del mundo encontramos historias de este viaje, imágenes de anhelo de despertar, los pasos a lo largo del camino que todos seguimos, las voces que llaman, la intensidad de la iniciación con la que debemos encontrarnos, el coraje que necesitamos. En el corazón de cada uno está la sinceridad original del buscador, que debe admitir honestamente lo pequeño que es nuestro conocimiento del universo y lo grande que es lo desconocido.
La honestidad que nos exige la búsqueda espiritual es contemplada en los cuentos rusos de iniciación sobre Baba Yaga. Baba Yaga es una anciana con salvaje rostro de arpía, que remueve su puchero y lo sabe todo. Vive en lo más recóndito del bosque.
Cuando la buscamos estamos asustados, puesto que nos exige que vayamos de noche, que hagamos preguntas peligrosas y nos salgamos fuera del mundo de la lógica y la comodidad.
No conocemos todas las razones que nos impulsan a un viaje espiritual, pero de alguna manera nuestra vida nos impele a ir. Algo dentro de nosotros sabe que no estamos aquí solo para trabajar. Existe una misteriosa atracción a recordar. Lo que nos saca de casa y nos lleva al oscuro bosque de Baba Yaga, puede ser una combinación de acontecimientos. Puede ser un anhelo de la niñez, o un encuentro “casual” con un libro o una figura espiritual. En ocasiones, algo en nosotros despierta cuando viajamos a una cultura extranjera y el mundo exótico de nuevos ritmos, fragantes olores, colores y actividad nos catapultan fuera de nuestro sentido de realidad habitual. A veces es tan sencillo como caminar en las montañas azul verdosas u oír música coral de tal belleza que parece inspirada por los dioses. En ocasiones, se produce esta misteriosa transformación cuando estamos junto al lecho de un moribundo y una “persona” se esfuma de la existencia, dejando únicamente un saco de carne sin vida que espera ser enterrado. Mil puertas nos abren al espíritu. Ya sea en el resplandor de la belleza o en los oscuros bosques de la confusión y de la pena, una fuerza tan contundente como la gravedad nos devuelve al corazón. Es algo que nos sucede a todos.
Jack Kornfiield. “Después del éxtasis, la colada”
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