martes, 20 de mayo de 2008

Los enteógenos


He preferido, dada la proliferación de términos cuyo significado es parcialmente el mismo, algunos antiguos y hoy francamente en desuso, como “psicofármos”, “alucinógenos”, “psicotrópicos”, “psicomiméticos” o “psicoactivos” y otros de acuñación mucho más reciente y de significado más próximo a la realidad que pretenden explicar, como enteógéno (literalmente: “dios generado dentro”), utilizar a menudo el viejo vocablo griego farmakon, en su doble sentido original de droga poderosa capaz de sanar pero también de matar, no sólo el cuerpo sino también la mente de acuerdo con la unicidad original en que eran concebidos.

Para clarificar más la cuestión vendrá bien recordar que allá por los años veinte el Dr. L. Lewin, al que se considera fundador de la psicofarmacología, clasificaba las drogas psicoactivas en euforizantes, que engloban el opio y la cocaína, phantastika o inductores de ilusiones de los sentidos, como el cáñamo, enebrantes, como el alcohol, hipnópticos y excitantes.


A. Hofmann, el químico responsable del descubrimiento accidental del LSD en los años treinta, y desde entonces un entusiasta investigador de los enteógenos, retoma esta clasificación en analgésicos y eufóricos (opio, cocaina), sedantes y tranquilizantes (reserpina), hipnóticos (kavkava) y alucinógenos o psicomiméticos (peyote, cáñamo, etc).

Muchas de estas sustancias solo modifican el estado de ánimo, pero las del último grupo inducen cambios profundos en la percepción de la realidad, incluidos espacio y tiempo, y pueden llegar a provocar despersonalización. Si su efecto es el de trasladarnos a una realidad, que se percibe más auténtica que el mundo habitual, una dimensión cargada de profundo significado religioso e impregnada de un sentimiento de lo sobrenatural, entonces se trata de un enteógeno.


Este término, cuya paternidad procede de C. P. Ruck, ha sido acuñado para definir con mayor exactitud la acción provocada por ciertos farmaka en aquellos que los ingerían en el curso de ciertas ceremonias que constituían el núcleo de muchos cultos mistéricos en la Antigüedad. La experiencia que provocaban difiere radicalmente del sueño narcótico causado por el opio o de la exaltación jubilosa que suele inducir el cannabis, también utilizados ritualmente con fines religiosos por los antiguos.

Por el contrario, bajo el efecto de un enteógeno, el sujeto se mantiene despierto mientras perdura su influencia, inmerso en una experiencia que le será difícil explicar con palabras habituales. Un trance místico (un psiquiatra preferiría denominarlo “excursión psíquica”) que le produce un tremendo impacto anímico y espiritual y que le aporta un tipo de certidumbre que por ninguna otra vía de conocimiento, salvo el duro camino emprendido por los ascetas, es posible alcanzar.

Fuente: Farmaka y enteógenos

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