Hoy en día, las prácticas de trabajo interno, aquéllas que nos permiten llegar a la autorrealización, evolucionar desde nuestro estado de conciencia a uno más elevado y sutil o a una mayor armonía con nosotros mismos y nuestro entorno se han convertido en algo fragmentado y separado de nuestra cotidianidad.
Llevamos una práctica generalmente de dos veces a la semana, cuando vamos a nuestra clase de yoga, taiji, qigong etc., y luego volvemos a nuestra monótona y dificultosa vida diaria. Separamos nuestra práctica, de nuestro entorno más inmediato.
Podemos pensar que esto es mejor que nada, que por poco que esto sea, siempre saboreamos otras posibilidades de vivir o estados no ordinarios de conciencia, pero no olvidemos que lo hacemos como pausas de nuestro quehacer de cada día. Como experiencias están bien, desconexiones u oasis de tranquilidad, pero si queremos ir mas allá, hemos de buscar la integración de los diferentes aspectos de nuestra vida y no caer en una especie de esquizofrenia, que nos separa más de nuestro ser y, a la larga, nos sumerge en un vacío existencial, mucho más profundo que la superficialidad en la que ahora estamos inmersos.
Rascar las superficies es divertido pero llega un momento, después de años, en que miramos todo el tiempo que hemos estado buscando y experimentando diferentes sensaciones y vislumbres de la conciencia; miramos nuestro presente y nos damos cuenta de que quizá estamos más fragmentados que al comienzo de la búsqueda, probablemente debido a la lucha entre el yo que busca y el yo arrastrado por la hipnosis colectiva de la sociedad.
En la tradición china se dice que nuestra existencia está influida por tres planos o tres suertes: la suerte del cielo, la suerte del hombre y la suerte de la tierra.
La suerte del cielo se refiere al concepto del tiempo y del destino, nos pone ante nuestro potencial, cuáles son nuestras limitaciones, cuál es nuestro camino; qué momento es idóneo para la acción y cuál para el reposo; cuándo son adecuadas unas prácticas u otras. Esta suerte nos conecta con la armonía del cosmos.La suerte del hombre conecta con la acción, con las prácticas, ¿qué es lo que hacemos?, ¿cómo es nuestra acción?, ¿qué practicamos?... pero también conecta con la ética y la filosofía de vida. Se trata de conocer que cada paso, cada momento de integración, cada instante perdido abren o cierran puertas de nuestro camino en la vida. Esta suerte nos acerca o aleja de nuestro proceso evolutivo.
La suerte de la tierra es el entorno y el trabajo con el espacio. ¿Cómo se mueve la energía a mi alrededor?, ¿cómo influye ésta en mi vida y en mi práctica?, ¿qué hace que yo me separe de los flujos de energía de mi entorno? y ¿cómo puedo eliminar los obstáculos que no permiten su libre fluir?
Todo se sintetiza en “hacer las cosas correctas, en el tiempo correcto y el lugar correcto”
Si vemos las tres suertes separadas y aisladas, volvemos a desintegrar nuestra vivencia.
Observando la tradición, vemos el símbolo antiguo del emperador en la antigua China, que consta de tres líneas horizontales (cielo-hombre-tierra) unidas por una línea vertical. El emperador era el chamán que mantenía la armonía entre los tres planos: los unía y armonizaba a través de sí mismo.
El arquetipo del emperador representa al practicante, yogui o chamán, todos en nuestra práctica somos emperadores, dignos y responsables de la preservación de la armonía, tanto en nuestro interior, como en el exterior, entre la energía del cielo y de la tierra.. Por ejemplo, una muestra de propuesta de trabajo para una practica armónica y evolutiva es coger el qi (energía vital) como elemento unificador:
Cielo: Yijing (libro de los cambios) y el bazi ( los 4 pilares del destino)
Hombre: Qigong, taiji, alquimia interna, meditación.
Tierra: Feng shui, geobiologia, geometría sagrada.
Este proyecto integrativo tiene en común conocer y experimentar como se mueve el qi en cada uno de los planos. No vemos estos tres espacios de trabajo como compartimentos estancos, sino que lo que observamos y conocemos en un plano, se interpenetra con los otros sin entrar en conflicto. Lo que valoramos no es el conocimiento de cada disciplina sino llegar al aspecto chamánico de la conexión, del sentir, del unificarse, pasar suavemente del conocimiento a la sabiduría, de la técnica al sentir, del hacer al no-hacer, de la acción al fluir.
En la tradición budista, yóguica, taoísta y chamánica, en el aprendizaje se tenían en cuenta estos aspectos. Así se realizaban y se realizan prácticas o rituales en un momento concreto de configuración astral o en una determinada época del año, se preparaba el espacio sagrado donde realizar el trabajo y había una actitud interna especifica.
Todo lo dicho anteriormente, no nos debe hacer desesperar ni querer aprenderlo todo, sino conocer las herramientas básicas para hacer una práctica profunda y coherente con el camino evolutivo de cada uno, no separado del camino de los otros y del fluir del cosmos.
Busca la armonía a través de ti mismo, para potenciar la armonía a tu alrededor, armoniza lo más cercano y lo más distante, siempre desde la apertura y la relajación, ya que la filosofía de integración de los tres planos es que nada esta separado de nada. Todo se interconecta.
Profesor de estilos internos (taiji quan y baguazhang) y qigong.
Terapeuta de shiatsu zen Estudioso del yijing y el fengshui
www.wuwei-albert. blogspot.com
1 comentario:
Este articulo es de lo mas completo, si logro hacer todo eso me aseguro la iluminación.
Solo me planteo que estoy en occidente y con unas cargas adquiridas que es muy difícil soltar por muchísimas razones que no vienen al caso ahora ...
Pero lo intentaré.
Gracias Nur
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